"Del mito al logos" (Vom Mythos zum Logos) es el título de una obra del filólogo alemán Wilhelm Nestle, escrita en el año 1940. Con esta expresión el autor quería significar la transición entre el pensamiento mágico y el racional. Sin embargo, en pleno siglo XXI, los terrenos del mito siguen siendo demasiado amplios, a costa del logos. Aun entendiendo que la frontera que las delimita no es una gruesa línea recta, sino un trazado sinuoso y sorprendente, conviene no confundir estas dos naciones. Es lo que trataremos de hacer aquí. Bienvenidos.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

La Cienciología como religión: el electrómetro contra el rosario

La cienciología es oficialmente una religión, en España, desde el 11 de octubre de 2007, a raíz de una resolución de la Audiencia Nacional contra una decisión anterior del Ministerio de Justicia. Este reconocimiento está resultando bastante más complicado en la vecina Francia, así como en otros países de nuestro entorno.

Todo este asunto del carácter sectario o puramente religioso de la cienciología plantea interesantes interrogantes acerca de la verdadera naturaleza de las creencias religiosas. Por supuesto, los fundamentos teológicos cienciológicos son disparatados -aunque el propio concepto de 'fundamento teológico' sea en sí mismo un oxímoron; sin embargo, tal vez la única diferencia con las creencias básicas de las llamadas 'grandes religiones' (zoroastrismo, judaísmo, cristianismo e islam entre otras) es que en éstas ha tenido lugar un proceso histórico de precipitado químico de narraciones originarias, conceptos, dogmas y preceptos éticos que, a la postre, han dotado a estos sistemas de cierta consistencia argumentativa, más que racional, y de una gran capacidad de penetración emocional. En definitiva, se trata de religiones históricas que han tenido tiempo sobrado de pulir sus perfiles y aristas hasta llegar a formar parte de nuestro paisaje cultural, de nuestra -diríamos- orografía existencial. La cienciología, por contraste, es más bien como el fast food de las creencias religiosas, a tenor de la personalidad de su fundador, Lafayette Ron Hubbard.

La cienciología sigue presentando perfiles muy abruptos en su trazado de dogmas y en su argumentario. Es difícil no asociar a este movimiento con una secta -la secta es algo así como el cigoto de toda religión futura- pero en esencia su armazón narrativo no es mucho peor que el de las religiones consagradas: tanto da que Moisés bajara del monte Sinaí con las tablas de la ley dictadas por Yahvé como que el gran Xenu poblara la tierra con miles de millones de almas provenientes de una extrana confederación galáctica. Al final, cada persona es libre de elegir las tonterías en las que está dispuesta a creer; tal actitud puede incluso tener efectos positivos en la vida de cada cual.

El problema viene cuando hablamos de la programación mental a la que, según parece, la sectas someten a sus adeptos. Pero ni siquiera este aspecto de la cuestión es, en principio, demasiado preocupante. En nuestro país, millones de personas están 'programadas' para convertirse en teófagos todos los domingos y fiestas de guardar, para besar tochos de madera esculpida y policromada, para considerar como personas a los óvulos fecundados, para adorar con devoción sin par ciertos restos orgánicos, normalmente de naturaleza ósea o para histerizarse al límite ante la presencia de un señor de edad provecta y vestido de blanco.

Así que ni los fundamentos teológicos ni la programación mental parecen establecer grandes diferencias entre la cienciología y sus 'hermanas mayores'. Es, quizás, sólo una cuestión de tamaño, tiempo y oportunidad. ¿Qué decir entonces de los fraudes y estafas en los que pudiera haber incurrido la iglesia cienciológica, por ejemplo, con ese curioso dispositivo llamado 'electrómetro' (¿medidor de ámbar, etimológicamente hablando?).

Vale, aquí parece que tenemos un criterio para discriminar entre 'sectas' y 'religiones'. Y, no obstante, ¿es tan distinto un electrómetro de un rosario, por ejemplo? ¿o de una estampita de la Virgen del Carmen? ¿o de una hostia consagrada? ¿o del agua bendita de la pila bautismal? Yo no lo tengo muy claro. Todas estas cosas obran como dispositivos, es decir, como objetos físicos que producen un supuesto efecto real en quien los utiliza o en su entorno vital, un efecto además dirigido y controlado. ¿Que el electrómetro cuesta dinero? Claro que sí, igual que los trajes y las fiestas de la primera comunión o los crucifijos de plata maciza, sin ir más lejos.

En definitiva, fundamentos doctrinales estrambóticos, procedimientos de programación mental y comisión de fraudes y estafas son señas de identidad que la cienciología comparte con el resto de las religiones que conforman nuestro paisaje. Y entre tanta orografía accidentada y abrupta, ¿qué más dará elevar otro montículo?

La panorámica ya la tenemos definitivamente arruinada.

3 comentarios:

  1. No te metas con Xenu, que es el dueño de Europa Press y nos tiene controlados a todos.

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  2. La única diferencia entre una secta y una religión establecida es la antigüedad: las religiones establecidas tienen consolidados muchos más trienios.

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  3. Claro que algunas pueden perder la categoría. Por ejemplo, los zoroastrianos dominaron todo un imperio y como sigan en pendiente los van a rebajar a secta.

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