"Del mito al logos" (Vom Mythos zum Logos) es el título de una obra del filólogo alemán Wilhelm Nestle, escrita en el año 1940. Con esta expresión el autor quería significar la transición entre el pensamiento mágico y el racional. Sin embargo, en pleno siglo XXI, los terrenos del mito siguen siendo demasiado amplios, a costa del logos. Aun entendiendo que la frontera que las delimita no es una gruesa línea recta, sino un trazado sinuoso y sorprendente, conviene no confundir estas dos naciones. Es lo que trataremos de hacer aquí. Bienvenidos.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Musarañas filosóficas (II): la ciencia y el elefante

En uno de los foros en los que participo habitualmente se ha planteado la cuestión de qué es la ciencia. Nada más y nada menos. Creo que ni yo ni nadie sabría definir con precisión qué es lo que entendemos por "ciencia". La palabra procede del latín Scientia, que significa literalmente "conocimiento". Me temo, sin embargo, que la etimología aporta bien poco a la pretensión de establecer un significado preciso e inequívoco para esta noción tan escurridiza.

Hay una cosa, no obstante, que tengo clara: el método científico no supone una forma de racionalidad superior o distinta de la racionalidad cotidiana, la que utilizamos todos los días y que nos permite realizar pequeñas deducciones, predicciones rutinarias y explicaciones 'locales' sobre asuntos que nos afectan directamente. Si acaso, el método científico es un afinamiento, un perfeccionamiento de esa capacidad de razonamiento que todos tenemos. Tan científico es, por ejemplo, realizar una electroforesis con muestras de proteínas sometidas a distintas condiciones de acidez - a ver qué pasa- como mojar una cerilla en una serie de líquidos (por ejemplo agua, gasolina o aceite) y luego tratar de encenderla, para ver también qué pasa. En el primer caso, los instrumentos y dispositivos de medición serán más sofisticados, más precisos que en el ejemplo de la cerilla. Pero el esquema procesual es el mismo.

Si asumimos que el método científico no es algo esotérico, sino una aplicación sistemática y coherente de una forma cotidiana de razonamiento, entonces creo que podemos afirmar que el conocimiento científico -obtenible a través del método- no es tampoco nada esotérico, a diferencia, tal vez, de esas iluminaciones yóguicas con las que a veces tiende a compararse el saber de la ciencia. También me parece evidente que el conocimiento científico es comunicable y, por tanto, público, cosa que no me atrevería a asegurar de la experiencia interior de un místico, o de un enamorado, tanto da. Por otra parte, toda forma de conocimiento -no voy a discutir ahora si sólo existe una forma de conocimiento o existen varias- tiende a exteriorizar su objeto de estudio; es decir, el sujeto cognoscente 'aleja de sí' el ente que quiere estudiar, lo objetiviza (en mayor o menor medida y con distinto grado de fortuna). Por tanto, el conocimiento cientifico es un conocimiento objetivista u objetivizador.

Racional, no esotérico, comunicable, objetivista. ¿Qué más podríamos decir de esta epistemé? Parece claro que este tipo de conocimiento pretende explicar cosas acerca de su objeto de estudio; es por ello un conocimiento explicativo, a diferencia -me atrevería a decir- del conocimiento que podríamos llamar intuitivo, que funciona más bien a golpe de 'desocultamiento' (como diría Heidegger). Y se trata de una explicación construida -a diferencia también del conocimiento 'dado' en una revelación, por ejemplo- desde nuestros recursos lingüísticos, conceptuales y cognitivos, recursos que aplicamos bajo el imperativo de una racionalidad de sentido común a una entidad objetivada que forma parte de una realidad exterior: por tanto, es un conocimiento proyectado ontológicamente hacia afuera -doy por sentado que el solipsismo o el idealismo extremo no constituyen buenas premisas para abordar el tema que estamos tratando.

Racional, no esotérico, comunicable, objetivista, explicativo, construido, proyectado. ¿Alguna característica más que nos permita acotar una definición de conocimiento científico? Supongo que podemos encontrar muchas más: en mayor o menor medida, todo conocimiento científico aspira a ser predictor y, por esta razón, verificable (grosso modo, pues no pretendo entrar ahora en un debate sobre el falsacionismo de Popper). Este carácter predictor y verificable es mucho más patente en las ciencias naturales, pero creo que también está presente -siquiera como desiderátum- en las ciencias sociales (economía, sociología, psicología) e incluso en algunas humanidades (filología e historia, por ejemplo).

Racional, no esotérico, comunicable, objetivista, explicativo, construido, proyectado, predictor, verificable. Creo que podríamos añadirle otro adjetivo: el conocimiento científico es una aproximación epistémica manipuladora de la realidad. Decía Bacon que la ciencia debía 'retorcer la cola al león', es decir, debía fabricar fenómenos naturales como base para la obtención de datos; hoy en día estos retorcimientos se conocen como experimentos. De modo que el conocimiento científico debe ser, también, experimental.

Esta es una aserción problemática, incluso polémica: ¿dónde quedan entonces las ciencias sociales? ¿Pueden los economistas o los sociólogos realizar experimentos more physica? ¿Pueden los historiadores soñar con algo parecido? O, ya en el campo de las propias ciencias naturales, ¿pueden hacer algo por el estilo los paleontólogos, por ejemplo? Dejo la pregunta en el aire. Me parece que es un interesante tema de discusión. ¿Añade la capacidad experimental un 'plus' de cientificidad a un área de conocimiento? ¿o no?

Así, racional, no esotérico, comunicable, objetivista, explicativo, construido, proyectado, predictor, verificable, ¿experimental? Creo que con estos adjetivos -y otros que sin duda faltan aquí, no he pretendido dar una caracterización extensiva- podemos acercarnos tímidamente hacia una definición plausible de "ciencia", como en aquella historia de los cuatro ciegos que no podían ver qué aspecto tenía un elefante, pero que podían hacerse una idea de cómo era tocándole la trompa. las patas, el rabo, los colmillos o las orejas.

Quizás la ciencia sea como ese elefante; imposible de abarcar conceptualmente en su totalidad, pero perfilable, en sus trazos más gruesos, a partir de brochazos sueltos. Como en un collage.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Musarañas filosóficas (I): la religión como adaptación para la ciencia

Un breve comentario sobre dos artículos aparecidos en la página web Tendencias 21. Son textos que tratan un mismo tema, la relación entre la ciencia (la biología en este caso) y la religión, aunque desde distintos puntos de vista.

El primero, Seis razones impiden la reconciliación entre evolución y religión, viene a decir que un importante porcentaje de la población estadounidense es remisa a aceptar la teoría de la evolución biológica porque entiende que socava sus creencias religiosas -basadas normalmente en el literalismo bíblico- y porque supone que la aceptación de la evolución va en contra de la dignidad moral y ontológica del ser humano y atenta contra los principios inspiradores del sistema social y político establecido.

El segundo, El ser humano sigue siendo una criatura religiosa, contempla la religión como un mecanismo evolutivo con evidentes ventajas adaptativas en la supervivencia de los grupos de Homo sapiens, al introducir un factor de orden y cooperación que favorecería la estabilidad biológica y reproductiva de nuestra especie: moralidad y buen gobierno, por tanto, como resultados palpables del adaptacionismo religioso. Este artículo también se pregunta por el actual sentido adaptativo de la religión y sugiere la necesidad de una transformación de la religiosidad más acorde con los tiempos actuales.

Imaginemos la situación: la evolución biológica da lugar al surgimiento de un primate muy evolucionado, Homo sapiens, que entre otras estrategias adaptativas genera un sistema de creencias sobrenaturales -que podemos compendiar como 'religión' y que, en cierto modo, supone una negación consciente de su propia condición material (perdón por el tono marxiano de esta disquisición).

Al mismo tiempo, o un poco antes, o un poco después, o de forma entrelazada, Homo sapiens genera, también por presiones adaptativas, un método de pensamiento consistente en la observación, la inducción y la deducción, algo que podríamos llamar 'ciencia', para abreviar; este modo de ver el mundo, a diferencia del anterior, no supone negación alguna de lo material circundante. Más bien al contrario.

Se trata de dos dispositivos evolutivos surgidos de un mismo proceso -la hominización- para atender importantes necesidades de adaptación al entorno. Sin embargo, son estrategias esencialmente antitéticas, aunque funcionalmente complementarias. La una (religión) se mueve en el campo de lo motivacional, aunque posee una estructura explicativa; la otra (ciencia) se desplaza por el campo de lo explicativo, aunque, desde luego, no carece de un componente motivacional.

Pero la religión resulta ser una estrategia confusa: en cuanto su poder explicativo va mermando, por acción justamente de la otra estrategia adaptativa, la ciencia, va perdiendo también su fuerte poder motivacional. Por su lado, el imperialismo explicativo de la ciencia es cada vez mayor, sin que su componente motivacional se vea por ello particularmente alterado. Y, al cabo del tiempo, se llega a la curiosa situación de que la religión, antaño gran explicadora de todo, resulta ser ella misma explicada por la otra potencia evolutiva, la ciencia, sin que esta última acierte a sustituir a la primera en el plano de las motivaciones.

Sin embargo, las condiciones ambientales de Homo han cambiado. La ciencia sigue ejerciendo de estrategia adaptativa de supervivencia -en mayor o menor grado, y de forma a veces autocontradictoria. Y entretanto, la religión va asumiendo un nuevo papel, y se va dotando de una nueva funcionalidad; es ésta la de adaptar su estructura explicativa y práctica al nuevo entorno creado, precisamente, por la ciencia. La religión se desarrolla como una estrategia adaptativa de nuevo cuño y con una nueva finalidad: la de ocupar los nichos ecológicos marginales y los microhábitats periféricos del ecosistema científico. Es decir: la religión es ahora un mecanismo adaptativo que cobra sentido sólo por la existencia de la ciencia.

O sea, que la religión es una adaptación para la ciencia, una adaptación científica, una metaadaptación.

¿No es todo esto un poco raro?

domingo, 29 de noviembre de 2009

Mami, ¿qué será lo que tiene el negro?: Intereconomía y el SIDA en África

¿Qué sería de nosotros sin los noticiarios de Intereconomía? La cadena del morlaco nos ha querido obsequiar con una muestra del más fino y sutil humor que imaginar quepa. En el vídeo que aparece en esta entrada se enumeran las razones que, según esta cadena de televisión, explican la poca eficacia de los preservativos en la lucha contra el SIDA en África.

En resumen, según Intereconomía, tres son las causas principales de la inutilidad del uso de la gomita a la hora de prevenir esta fatal infección: las lamentables condiciones climatológicas del continente africano -en el que predominan los ambientes húmedos y calurosos, en detrimento de las condiciones de conservación de los condones, que requieren lugares frescos y secos-, las lamentables condiciones de alfabetización de la gran mayoría de los africanos -lo que les impide leer las instrucciones de uso del adminículo de látex y derivados- y las lamentables condiciones de la manicura en los países africanos -lo que impide a sus gentes la correcta manipulación del profiláctico sin riesgo de desgarros.

Todo esto lo dicen en serio, completamente en serio. Y ante este deslumbrante análisis, me gustaría proponer algunas medidas que sin duda resultarán de utilidad:

Organizar el envío masivo de neveras, frigoríficos y desecadores industriales para lograr unas buenas condiciones de mantenimiento de los profilácticos de marras. A cambio, unas cuantas toneladas de mineral de coltán congoleño y ruandés, que tampoco tenemos por qué regalar nada a los negros del África tropical.

Habilitar a varios miles de monitores y monitoras para que expliquen a los africanos los rudimentos de la técnica de la cópula con goma y organicen grupos de prácticas. A estas alturas no les vamos a enseñar a leer, que eso no les vale para correr detrás de las liebres y los antílopes; unas buenas prácticas coitales -con evaluación final, por supuesto- son mucho más divertidas. A cambio, acceso libre a las pesquerías de Angola y Namibia, poco precio para lo bien que se lo van a pasar fornicando todo el día.

Por último, enviar un pequeño ejército de esteticistas para que, de una vez por todas, los africanos tengan las uñas que se merecen en las manos y los pies y no anden rajando condones sin descanso. Como prestación extra, nuestros negritos podrán elegir el color del esmalte. Además, a quienes rompan menos gomas con las uñas se les obsequiará con una muestra de champú, gel y perfume. ¿Con qué nos pueden pagar esta vez? Tal vez con una brigada de nigerianas jóvenes y guapas, para que nuestros puteros disfruten de un merecido solaz después de la jornada laboral.

En fin, no voy a perder el tiempo tratando de comentar lo incomentable. Dejo la respuesta en manos más competentes que las mías: ONUSIDA/UNAIDS, el programa de Naciones Unidas encargado de la lucha contra el SIDA, que resume la eficacia del preservativo en este artículo, y la revista The Lancet, que en este editorial comenta unas desafortunadas declaraciones de Benedicto XVI el pasado mes de marzo en relación con este mismo tema.


La inestable identidad del embrión humano en la lógica de proposiciones



En un artículo publicado en El País y titulado Derecho a la vida y obligación de protegerlo, la presidenta del Parlamento Vasco, Arantza Quiroga desarrolla un interesante argumentario en apoyo de su postura, contraria al proyecto de ley de ampliación de los supuestos del aborto (e imagino que contraria al aborto en cualquier supuesto). Quiroga elige tres núcleos de argumentación para sostener su postura: la religión, la ley y la biología.

Su argumento religioso se limita a desautorizar una referencia de José Bono, presidente del Congreso de los Diputados, a la encíclica Evangelium Vitae y realmente no aporta gran cosa a la discusión general, por lo que carece de interés. Sin embargo, en el resto de su artículo, Arantza Quiroga entremezcla los razonamientos legales y biológicos e incurre en ciertas contradicciones o, al menos, en ciertos vicios discursivos. En la parte de la discusión legal apela a la protección de la vida humana como obligación política y jurídica, dando a entender con toda claridad que el embrión posee ya todos los atributos de lo que cabe entender como 'vida humana' -"¿Es acaso esa vida menos digna por encontrarse en un periodo más temprano de desarrollo?", se pregunta Quiroga, que parece no entender que tal vida no se encuentra en fase alguna de desarrollo, sino que es la vida misma la que va creándose durante ese mismo desarrollo. Se trata de una confusión, nada extraña por otro lado, entre estado y proceso; en nuestro caso, la vida no es un estado previo que va desarrollándose, sino un proceso que existe en tanto en cuanto va ocurriendo.

Pero no es este el motivo de mi crítica argumentativa al artículo en cuestión. Porque si, como hemos visto, en su razonamiento legal la autora parte de una afirmación de principio (la vida del embrión es plenamente humana) como apoyo para sus tesis, en la parte de la discusión biológica introduce esta afirmación como algo que justamente debe demostrarse científicamente, y en tanto no sea así, debe aplicarse el famoso principio de in dubio pro reo.

Carezco de conocimientos jurídicos, pero me pregunto si la ley puede proteger un bien del que no se sabe con seguridad si existe o no. Los ejemplos que cita el artículo como aplicación del principio in dubio pro reo -la libertad, el bienestar laboral y la conservación del medio ambiente- son bienes que sin duda existen, algo que no queda claro en el caso de la vida humana -en la total acepción de este término- en un embrión de hasta 14 semanas (el plazo establecido por el proyecto de ley antedicho).

En cualquier caso, no me interesa tanto destacar los aspectos legales de este asunto -sobre los que bien poco puedo opinar- cuanto poner en evidencia cierta inconsistencia argumentativa y discursiva en la reflexión escrita de la señora Quiroga. Veámoslo.

Simplificando, Arantza Quiroga sostiene su razonamiento legal en una tesis que da por demostrada para, a continuación, afirmar que dicha tesis no está demostrada y que, mientras no se demuestre, debe aplicarse el razonamiento legal del principio. O, más o menos así: "está demostrado que el embrión posee una vida plenamente humana y la ley debe protegerla; pero como no está científicamente establecido que el embrión tenga una vida plenamente humana, la ley deberá igualmente protegerla por si acaso". Resumiendo aún más: "si está demostrado y no está demostrado que el embrión tiene una vida plenamente humana, entonces la ley debe protegerla".

O, en formulación algo más técnica:

[Si A (está demostrado que el embrión posee plenamente la vida humana), entonces B (la ley debe proteger al embrión). Es así que A, luego B].

Hasta aquí, todo bien (se trata de un razonamiento típico conocido como modus ponens, o afirmación del antecedente). Y, a continuación, utilizando esta misma figura lógica:

[Si no-A (no está demostrado que el embrión posea plenamente la vida humana), entonces B (la ley debe proteger al embrión). Es así que no-A, luego B].

En definitiva,  si [A y no-A], entonces B.

En lógica se suele decir que de una contradicción puede inferirse cualquier cosa, de modo que B podría ser, en efecto "la ley debe proteger al embrión", pero también podría ser "la ley no debe proteger al embrión" o "la ley debe condenar a pena de muerte a todos los calvos que se peinen con cortinilla", o "la ley no debe condenar a pena de muerte a todos los calvos que se peinen con cortinilla", o incluso "la ley debe condenar a pena de muerte a todos los calvos que no se peinen con cortinilla". Y así hasta el infinito.

Quod erat demonstrandum.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

La ciencia en España (no hay dos sin tres): la insoportable levedad de las ciencias experimentales

Algo más sobre la ciencia en España. Si nos atenemos a los datos de la IV Encuesta Nacional de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología, elaborada en 2008 por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), ‘sólo’ un 31,7 % de la población española no manifiesta ningún interés por la ciencia, en comparación con el 36,6 % que declaraba esa falta de interés en 2006. Esto quiere decir que, de una u otra forma, el 68,3 % de los españoles tiene una actitud inicialmente positiva ante la ciencia. Si buscamos los instrumentos a través de los cuales nuestros compatriotas se informan sobre noticias científicas, encontramos que el 82,3 % lo hace a través de la televisión y el 32,9 % por la prenda diaria de pago, en contraste con un escaso 10,6 % que utiliza los libros y un aún menor porcentaje del 1,8% que echa mano de revistas especializadas. En esta misma encuesta se observa, sin embargo, que un porcentaje muy alto de los encuestados considera que la televisión y la prensa diaria de pago ofrecen una información insuficiente sobre ciencia, aunque esta valoración para los libros y las revistas especializadas es notablemente mejor.

Por otro lado, como puede apreciarse en el Informe COTEC 2009, (página 42, gráfico 31), en el curso 2006-2007 la distribución de alumnos universitarios por disciplinas académicas en España era la siguiente: ciencias sociales y jurídicas (49,2 %), especialidades técnicas (26,0 %), humanidades (9,3 %), ciencias de la salud (8,9 %) y ciencias experimentales (6,5 %). Estos porcentajes se han mantenido casi idénticos desde el curso 2000-2001. Parece así que en nuestro país existe un interés genérico positivo por la ciencia y la tecnología, que sin embargo no encuentra una formulación práctica: nos informamos sobre las noticias científicas a través de medios que no nos merecen confianza y tendemos a valorar profesionalmente las carreras ‘de letras’ en un sentido amplio (en casi un 60 %) y las enseñanzas técnicas de supuesta aplicación práctica (casi un 35 %) por encima de las ciencias experimentales o ‘puras’ (reducidas a un 6,5 %). Y arrastramos estas tendencia desde hace años. De alguna manera, el “que inventen ellos” sigue vigente entre nosotros.

Por esta razón, creo que hay cierta base para las afirmaciones de Carlos Elías en esta entrevista publicada el año pasado. Elías, autor del libro La razón estrangulada, denuncia el alarmante descenso de vocaciones para las llamadas 'ciencias puras' y relaciona polémicamente este hecho con el predominio de una mentalidad 'de letras' en nuestros gobernantes. Constata este autor el escaso número de vocaciones científicas en las carreras universitarias (si excluimos de esta categoría a los estudiantes de ingeniería y a los postulantes a profesionales de la salud) en contraste con el elevado porcentaje de matriculaciones académicas en disciplinas jurídicas y sociales (derecho, sociología, ciencias políticas, economía, periodismo).


Las tesis de este profesor - químico de formación y actualmente profesor universitario de ciencias de la información- no dejan de ser chocantes con las de quienes se lamentan de continuo por el retroceso de las matriculaciones en 'letras puras' a causa de la presión de un mercado laboral cada vez más especializado en una sociedad altamente tecnificada. Y pese a todo, el porcentaje de alumnos matriculados en estas disciplinas es algo superior -recordemos, un 9,3 %- al de matriculaciones en el conjunto de ciencias experimentales, que es de un 6,5 %.

Las humanidades comparten con las ciencias experimentales su carácter de saberes sin una aplicación práctica inmediata, más allá de las consabidas salidas de las enseñanzas medias, las oposiciones y el calvario del circuito de investigación académica. De modo que lo que parece primar en España no es exactamente una ‘sociedad del conocimiento’, sino más bien una ‘sociedad de la aplicación práctica lucrativa del conocimiento’, No se trata sólo de que España sea un país ‘de letras’: se trata más bien de que la estructura académica de nuestro país no hace sino reflejar nuestra propia estructura social, con sus prioridades, sus preferencias, sus indiferencias y sus desprecios.

Hasta aquí, nada nuevo. Más interesantes me parecen las reflexiones del profesor Elías sobre el papel trivializador que en muchas ocasiones ejercen los medios de comunicación al tratar noticias científicas y sobre la imagen, un tanto esperpéntica, que aquéllos dibujan al representar a científicos o personas con inquietudes científicas. El caso del Fidel de ‘Aída’ es un ejemplo; otro, que yo apunto, el del científico loco representado por Flipy en ‘El hormiguero’. También creo dignas de consideración sus afirmaciones en relación con los sistemas de medición de la excelencia científica, computable tan sólo por el número de publicaciones en revistas especializadas y no por la calidad de sus contenidos. Pero esto afecta por igual a ciencias y a letras, al igual que los vicios estructurales presentes en la universidad española, y no veo hasta qué punto haya de ser esto imputable únicamente a la mentalidad ‘letrista’ de los responsables políticos de la educación en nuestro país.

Por otro lado, “publica o perece” es un mantra de supervivencia casi universal en la jungla de la producción científica, y no sólo en España, por lo que no parece ser una causa particular de nuestro atraso científico. En definitiva, creo que Elías acierta en general con el diagnóstico y con algunas de las causas, pero tal vez no haya tenido en cuenta la dependencia que el armazón académico español muestra respecto de nuestra propia estructura social, aunque esto no es, desde luego, una justificación: un sistema eficiente de ciencia y tecnología debe ir siempre dos pasos por delante de su entorno social, político y económico. Y en España este no es, me temo, el caso.

lunes, 16 de noviembre de 2009

La ciencia en España (reloaded): mi ciencia es más grande que la tuya. ¿Importa el tamaño en una ciencia madura?

Miguel Ángel Quintanilla, en este editorial del diario 'Público', ha identificado cuatro características que el sistema científico español debería tener para alcanzar su plena madurez. Estas características serían las siguientes: grandes dimensiones, autogobierno organizativo, estabilidad presupuestaria e implicación y participación social. No deja de ser interesante el perfil que, según Quintanilla, debe tener una ciencia para que pueda catalogarse como madura. Creo sin embargo que esta caracterización contiene elementos contradictorios.

Me explico: la alusión a una ciencia "a lo grande" es deudora de la constatación de una tendencia al gigantismo en la actividad científica desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Este sobredimensionamiento ha atravesado desde entonces, grosso modo, dos fases, tal y como señala Javier Echeverría en su interesante libro La revolución tecnocientífica (Fondo de Cultura Económica, 2003). Una primera fase es la llamada 'Macrociencia' (Big Science en inglés), caracterizada por la enorme aportación financiera y la estrecha regulación organizativa por parte de los estados nacionales (especialmente Estados Unidos) y por la persecución de fines no necesariamente económicos: un ejemplo lo tenemos en el archiconocido 'proyecto Manhattan', aunque también pueden mencionarse los proyectos de construcción del radar o de los grandes aceleradores de partículas. Una segunda fase es la conocida como 'Tecnociencia', y supone un cambio de tendencia con respecto a la fase anterior: ahora la financiación corre en lo fundamental a cargo de grandes corporaciones empresariales privadas y los fines perseguidos son principal, aunque no únicamente, de índole económica. Tenemos como ejemplos las ciclópeas investigaciones sobre el genoma y la genética molecular, los proyectos de producción y comercialización de fármacos o los desarrollos informáticos.

Aunque no pretendo extenderme sobre este particular -en este artículo del propio Echeverría se resumen de una forma clara los contenidos de su libro- me gustaría llamar la atención sobre el contraste evidente entre la aspiración de Quintanilla a una ciencia de grandes dimensiones y la pretensión simultánea de autogobierno organizativo por parte de la propia ciencia. Son, me parece, dos términos antitéticos: una ciencia de escala con autonomía funcional y estructural no deja de ser, me temo, un simple oxímoron. Echeverría ilustra muy bien este punto al mencionar, en su libro, la pluralidad de valores que informan la praxis investigadora en la Big Science y en la Tecnociencia: valores epistémicos, económicos, militares, jurídicos, sociales y otros más. Y todos estos sistemas de valores no son más que los mascarones de proa de otros tantos sistemas de intereses, que entretejen una red de funcionamiento en la que los científicos, su praxis, metodología y fines epistémicos sólo son una de las piezas del inmenso engranaje de la producción de ciencia. Cabría decir, en este contexto, que 'la ciencia es algo demasiado serio como para dejarla en manos de los científicos'.



Por otro lado, el cuarto desiderátum -el de la participación e implicación social de la ciencia como condición de una ciencia madura- no deja de ser también contradictorio con los dos primeros postulados, el del sobredimensionamiento y el de la autoorganización. ¿Puede la tecnociencia, dadas sus características, aspirar a una interacción con el cuerpo social con efectos retroalimentativos sin perder su propia naturaleza (financiación privada, intereses particulares, secretismo metodológico, búsqueda de beneficios económicos)? Al mismo tiempo, ¿puede una ciencia autoorganizada y con plena autonomía funcional mostrarse permeable a las inquietudes, sugerencias y críticas procedentes del ágora (y no me refiero al mundo político o institucional, sino al más genuino mundo de los agentes y factores sociales que operan 'a pie de calle')?

Last but no least, problemas de contradicción interna y problemas, también, de completitud en la propuesta de Quintanilla. Este autor no menciona un apartado que resulta fundamental en la identificación de toda ciencia madura: hablo de los mecanismos de control de calidad de la producción científica y de los dispositivos metodológicos e institucionales de detección, prevención y corrección del fraude científico, un problema cada vez más preocupante en la industria del conocimiento. El libro Anatomía del fraude científico, de Horace Freeland Judson (Crítica-Drakontos, 2006) desarrolla este tema con gran profusión de detalles. La conclusión a la que parece llegar Judson es la de la insuficiencia de los mecanismos de control interno de la actividad científica para combatir el fraude científico. De todo modos, volveré en otro momento sobre este asunto de la tipología, la casuística y los patrones del fraude en la ciencia.

En definitiva, aportación interesante, pero discutible, la de Miguel Ángel Quintanilla. En lo que sí tiene razón este autor es en la afirmación de que la ciencia española está aún lejos de alcanzar la madurez, si definimos ésta de acuerdo con los postulados anteriores. Tal y como puede verse en el Informe COTEC 2009 (gráfico 42, página 51), casi el 60 % de la producción científica española en el período 2000-2007 se ha desarrollado en las universidades, frente a un 25 % en el sector sanitario, algo más de un 18 % en el CSIC y sólo un 3,84% en las empresas. Si uno piensa en macroproyectos científicos, en autonomía organizativa o en estabilidad presupuestaria no está pensando, precisamente, en las universidades españolas. O sea, que algo falla.

Pero de esto ya nos ocuparemos en otro momento.

domingo, 15 de noviembre de 2009

La ciencia en España: sobre carretas de bueyes en la Edad del Bronce



A principios de noviembre  tuvo lugar la presentación del libro El español: lengua para la ciencia y la tecnología, publicado por el Instituto Cervantes, tal y como se recoge en esta noticia del diario 'Público'. Una reseña más amplia del contenido de este libro puede verse en este enlace. El informe analiza la situación del idioma español desde diferentes perspectivas: su extensión actual, que hace que hoy por hoy sea la segunda lengua materna más hablada del planeta, detrás del chino (y, sí, por delante del inglés), su presencia en Internet medida por el número de páginas en castellano y su importancia cultural.

El informe constata también la desproporción entre la importancia cultural de nuestra lengua y su escasa presencia como lenguaje de comunicación científica. En la actualidad, sólo el 4,4 % de las revistas científicas especializadas se editan en este nuestro quijotesco idioma. Los autores del informe formulan diversas propuestas para mejorar esta situación, haciéndose eco del predominio casi absoluto del inglés como lengua vehicular de la ciencia, así como del sesgo que existe en favor de esta lengua en las mediciones de los índices de impacto de las revistas científicas, índices que cuantifican el número de citas y referencias entre autores.

Los números de la producción científica española (excluidas las ciencias sociales y las humanidades) se recogen de forma muy gráfica en el Informe COTEC 2009: en el gráfico 39 (página 49) aparece la evolución de la producción científica española en porcentaje sobre el total mundial entre los años 2000 y 2007. Se registra un incremento muy notable, tanto en términos porcentuales (del 2,5 % al 3,2 %) como en datos absolutos (desde unas 25000 publicaciones en 2000 hasta casi las 43000 en 2007). Asímismo, en las tablas 1.7 y 1.8 (página 267) del informe figuran los datos de la inversión española en I+D, tanto en miles de millones de  dólares (España triplica el gasto entre 1995 y 2006) cuanto en porcentaje sobre el PIB (que en nuestro país pasa del 0,79 % en 1995 al 1,20 % en 2006): en ambos casos, las cifras están muy lejos de las que corresponden a los tres grandes países de la Unión Europea (Alemania, Francia y Reino Unido), aunque se encuentran mucho más cercanas a las de Italia.

Una de las propuestas de los autores del informe reseñado al principio es la de que, para potenciar la presencia del español en la producción científica mundial, se debería incentivar la publicación de revistas especializadas en nuestra lengua. Además, en la presentación del informe se sugirió también que los científicos españoles deberían citarse más entre ellos ("estimulando el compañerismo", en palabras de la coautora del libro) para incrementar la relevancia de la ciencia española en este ámbito

Sin duda, muchas de las propuestas presentadas son razonables, y en concreto es muy interesante la que sugiere "la creación de un nuevo criterio de calidad multilingüe que, amparado por un organismo público internacional, esté desligado de un país y un idioma concreto y resulte más equitativo, reflejando la representatividad real de cada idioma en la ciencia". Sin embargo, no tengo tan claro que el incremento de la importancia de la ciencia producida en nuestro país tenga que pasar por incentivar la edición de nuevas revistas en español. Podemos inundar el mercado editorial de las publicaciones especializadas con todo en material que queramos escrito en nuestro idioma, pero cantidad no es calidad, y las aportaciones de esas nuevas revistas serían, me temo, insignificantes sin una buena infraestructura y una potente praxis científica de apoyo. Lo demás será sólo colocar la carreta delante de los bueyes.

En efecto, ¿cómo convencer a un equipo de científicos españoles de que no intenten publicar sus investigaciones en revistas de gran impacto -casi todas en inglés, claro- y que, en cambio, envíen los originales a publicaciones de nuevo cuño en nuestro idioma, y presumiblemente con escasa incidencia en el coliseo-ciencia? Por supuesto, existen excelentes revistas científicas editadas en español, pero la tendencia parece ser justamente la contraria al desiderátum de los autores del informe: en el gráfico 44 del Informe COTEC 2009 (página 51) se advierte que la producción científica española en revistas nacionales ha ido disminuyendo a galope tendido entre los años 2000 (algo más de 5600 publicaciones) y 2007 (unas 2700 artículos publicados, menos de la mitad que siete años atrás). Parece claro que el patriotismo editorial de los científicos españoles deja mucho que desear.

Por todo lo dicho, tiendo a pensar que algunas de las propuestas del informe son poco más que un brindis al Sol, y que están desconectadas de la auténtica realidad de la investigación científica en España. Ya comenté en otra entrada los recortes previstos en los Presupuestos Generales del Estado para las partidas destinadas a I+D durante el próximo año 2010, lo que crea un escenario poco propicio a las cosméticas lingüísticas y más orientado a las labores de supervivencia -o incluso hibernación- en la labor científica.

Aunque tal vez la supervivencia y la hibernación no sean, a fin de cuentas, opciones que quepa despreciar en un país que, en opinión del sarcástico editorialista de la revista Nature -esta sí, de altísimo impacto- se dirige hacia su particular Edad del Bronce.

Tal vez, al fin, nuestro país ha llegado a su propio Neolítico, tal y como en otra entrada de este blog deseábamos que ocurriera. Pero, ¿no hubiese sido mejor que esta llegada fuera un avance, y no un retroceso?

viernes, 30 de octubre de 2009

Elogio de la mentira, o de la honestidad como aberración: un experimento psicológico



De nuevo, una pequeña joya de la investigación científica. En este caso ha corrido a cargo de Joshua Greene, profesor de psicología de la Facultad de Artes y Ciencias de la Universidad de Harvard, que ha conseguido establecer lo siguiente: las personas honestas (en su acepción de personas probas, rectas u honradas) no necesitan ningún esfuerzo volitivo para tener comportamientos... honestos (Neuroimaging suggests truthfulness requires no act of will for honest people). La investigación se ha llevado a cabo mediante técnicas de imagen por resonancia magnética funcional (fMRI en sus siglas en inglés), un procedimiento que permite detectar la actividad en zonas cerebrales localizadas gracias a la medición del flujo sanguíneo y la mayor o menor concentración de deoxihemoglobina en tales zonas.

El experimento ha consistido en someter a un grupo de personas a situaciones en las que mentir les podría resultar económicamente ventajoso. El estudio muestra que las personas que mentían en tales situaciones evidenciaban una mayor actividad, reflejada por las técnicas de fMRI, en determinadas zonas de la corteza cerebral asociadas con el control y la atención. Por contra, las personas honradas, que no mentían, no manifestaban signos de actividad en tales zonas cerebrales. El comunicado original de la Universidad de Harvard se limita a concluir que los procesos cognitivos asociados con la honestidad dependen más de la ausencia de tentaciones que de una resistencia activa frente a éstas, es decir, que los comportamientos honrados son cognitivamente más cómodos... al menos para las personas honradas, puesto que el mismo estudio afirma que un comportamiento honesto en personas deshonestas sí supone una mayor actividad cognitiva en las zonas cerebrales asociadas con el control y la atención.

En definitiva: según este estudio, la gente honesta no necesita hacer ningún esfuerzo volitivo para tener comportamientos honestos, en tanto que la gente deshonesta siempre desarrolla esfuerzos volitivos, tanto cuando se comporta honestamente como cuando no. Hasta aquí, el estudio es poco más que un dispositivo experimental para demostrar una tautología -que, como se sabe, es una verdad autoevidente y por ello indemostrable- la de que "las personas honestas son las que se comportan de forma honesta". La investigación, según parece, no nos lleva mucho más allá en el conocimiento de los arcanos de la naturaleza humana, aunque existe cierta confusión entre la definición operativa de honestidad -la que se ciñe exclusivamente al comportamiento de los individuos en el dispositivo experimental- y una clasificación esencialista, pues también se habla de personas 'honestas' de una forma más general, como si se tratase de una categoría previa que el experimento no viene sino a confirmar. (Por cierto, ¿tanto dinero tiene la Universidad de Harvard como para financiar proyectos de este tipo?)

La página web Tendencias 21, adscrita a la Cátedra de Ciencia y Tecnología de la Universidad Pontificia de Comillas, titula, sin embargo, la noticia sobre este estudio de una forma bastante llamativa: Un estudio del cerebro demuestra que el hombre es naturalmente honesto. Es evidente que este estudio no demuestra tal afirmación de ninguna manera, aunque es posible que la orientación confesional de la Universidad de Comillas haya tenido algo que ver en la presentación de semejante titular. Según esta manera de ver las cosas, el hombre sería naturalmente honesto por no suponerle tal comportamiento ningún esfuerzo cognitivo o volitivo. Pero esto es tanto como decir que el hombre es naturalmente ignorante, perezoso, sucio o amante de la contemplación -en definitiva, un completo idiota- por la misma razón.

En resumidas cuentas, la inercia cognitivo-volitiva no parece explicar gran cosa acerca de nuestra forma de ser. Justamente se tiende a definir al ser humano como un animal práxico, esto es, definible por lo que hace y por cómo lo hace, no por lo que no hace. El experimento comentado más arriba, y sobre todo la particular interpretación hecha por la web Tendencias 21, apuntan a una interpretación de esencias más que de actitudes (la gente honrada es la que se comporta de forma honrada y además esto es lo natural en el ser humano). La aplicación de las sofisticadas técnicas de neuroimagen por resonancia magnética no es -creo- sino una coartada metodológica para tildar de científica una investigación que no supera el rango de lo anecdótico: todo el mundo sabe que la verdad se dice, mientras que la mentira se inventa (lo que, evidentemente, supone un esfuerzo cognitivo).

Mentir es imaginar, elaborar y presentar ante los demás una realidad falsa; mentir es una actividad constructiva, un ejercicio cerebral de primer orden. Estoy hablando, claro, de la mentira en tanto actividad intelectual, y no me refiero a los dispositivos biológicos de ocultación, camuflaje o disimulo (un camaleón no miente cuando cambia la coloración de su piel). Justamente, el descubrimiento de que bonobos y chimpancés son capaces de mentir los ha hecho, ante nuestros ojos, más 'humanos'. Incluso en lo que se considera como la más alta distinción intelectual de la mente humana -la interpretación racional de la realidad- existe un trasfondo de mentira y de impostura. Alargando un poco a Descartes: miento, luego pienso, luego existo.

Por eso, en mi opinión, el estudio del profesor Greene no va más allá de la constatación de una trivialidad por resonancia magnética funcional; y es que parece que todo lo relacionado con las neurociencias es hoy por hoy como el saco del Tío Calambre, que de tanto que hay dentro nadie pasa hambre (y menos que nadie los psicólogos).

Así, mentir puede ser un ejercicio intelectualmente muy saludable, una gimnasia cognitiva que nunca viene mal y que forma parte de la naturaleza humana (sea lo que sea lo que quiera decirse con esta palabra). Conviene no olvidar, sin embargo, la advertencia del gran pensador cubano Dinio:

"no mientas la veldad".

martes, 27 de octubre de 2009

Una cita de Santiago López Petit

Pensar no tiene nada que ver con sentarse y esperar -aunque tampoco trabajar- hasta que uno le venga alguna idea. Pensar es una actividad forzada, un funcionamiento llevado al límite del propio pensamiento. Pensar es sacar pensamiento del propio pensamiento. Y lo que nos fuerza a hacerlo es la propia vida. Querer vivir nos obliga a pensar. Pensar es por tanto un gesto radical que tiene que ver más con la insensatez que con el asentimiento. Y es un gesto radical porque antes que nada consiste en interrumpir la normalidad, es decir, esa movilización total en la que estamos insertos y que llamamos vivir. Pensar es, pues, interrumpir el sentido común, agujerear la realidad, destruir el manto de obviedad que la protege, en definitiva, abrir espacios de vida.

Santiago López Petit, profesor de filosofía de la Universidad de Barcelona

domingo, 25 de octubre de 2009

La reapertura del Hospital Homeopático de San José: el indiscreto encanto de las medicinas alternativas






Las fotografías pueden verse a mayor tamaño pinchando sobre ellas.

El Instituto Homeopático y Hospital de San José, el primer hospital homeopático de España, ubicado en el barrio madrileño de Chamberí, reabrió sus puertas el 24 de octubre, después de nueve años de obras de remodelación. El edificio albergará un Museo de la Homeopatía -algo sin duda muy instructivo y que recoge parte de la historia de esta institución- y en él se impartirán clases de homeopatía, acupuntura y moxibustión, además de conferencias sobre temas relacionados. También, según parece, dispondrá de un Consultorio Homeopático Benéfico Asistencial.

La historia de esta institución -como puede verse en este enlace- está muy vinculada a las prácticas homeopáticas y a las labores de asistencia social y sanitaria. En su etapa final, hasta su cierre en 1980, el hospital funcionó como residencia de ancianos, en unas condiciones materiales bastante precarias. E
l edificio estuvo languideciendo durante muchos años y por eso su recuperación y reutilización deberían ser, en principio, buenas noticias. El museo homeopático y el rico fondo bibliográfico sobre homeopatía con que cuenta esta institución son bienes patrimoniales que todos los ciudadanos deberíamos poder disfrutar.

Sin embargo, creo que la reapertura del hospital, tal y como ha sido programada, se ha convertido en un depósito de oportunidades perdidas. Como puede apreciarse en las fotos de arriba, el instituto va a retomar la práctica de actividades relacionadas con la homeopatía, a las que se van a añadir el desarrollo de otras vinculadas con la acupuntura y la moxibustión. Y todo ello con el apoyo y patrocinio del Colegio Oficial de Médicos de Madrid (a través de la Asociación de Médicos Acupuntores adscrita a aquél) y de la Asociación Española de Farmacéuticos Homeópatas.

Se ha perdido así una magnífica oportunidad para desenmascarar las prácticas homeopáticas como lo que verdaderamente son: fraudes pseudocientíficos (en esta entrada del blog aparece un documental que ilustra perfectamente esta afirmación; también en esta otra se ofrecen algunos datos de interés). Creo que hubiese sido mucho más interesante aprovechar esta reapertura para exponer, en términos didácticos y claros, los contrastes entre los métodos de la medicina científica y las supercherías de la homeopatía. Sobre la eficacia de la acupuntura, remito a este enlace para una valoración crítica de esta práctica. También en este otro vínculo se habla de la acupuntura y de la moxibustión desde una perspectiva escéptica.

Es una lástima que no se haya considerado seriamente la posibilidad de convertir el Instituto Homeopático de San José en un centro de interpretación de la realidad de las medicinas alternativas en el contexto de nuestros actuales conocimientos científicos y de la propia historia de la medicina.
Una buena idea, creo, hubiese sido habilitar una exposición permanente -en el propio espacio del museo homeopático- que pusiera en evidencia el carácter pseudocientífico de estas 'medicinas' alternativas y desvelara las mentiras, las falsas verdades y las creencias erróneas que circulan alrededor de estas prácticas. Sería como aplicar el principio de justicia poética: el primer hospital homeopático de España, transformado en una institución que centralizara los estudios críticos sobre la ecología pseudocientífica que puebla nuestro país.

Dicen que, poco antes de morir, el padre de Joaquín Sabina, policía nacional -o guardia civil, no estoy seguro- se preguntaba de dónde sacarían tanto dinero las diputaciones provinciales. Como pregunta retórica, yo me hago la siguiente: ¿cómo es posible que la práctica de las llamadas medicinas alternativas tenga tanta audiencia entre los colectivos de médicos y farmacéuticos (sobre todo entre estos últimos, cuya formación química es particularmente fuerte)?

En fin, ya se sabe: aprender a leer no es una vacuna contra el analfabetismo.

lunes, 19 de octubre de 2009

De sonrisas y lágrimas: la predictibilidad fotográfica de los futuros divorcios



No sé si este artículo científico que he encontrado en la web Tendencias21, y que se titula 'La intensidad de la sonrisa en las fotografías predice el divorcio años después' (original en inglés en este enlace) puede considerarse un hito en los estudios de psicología evolutiva, una investigación digna de los premios IgNobel para el año 2010, una memez irrelevante o una propuesta pseudocientífica revestida de buena ciencia por el simple uso de herramientas estadísticas.

En resumen, el psicólogo Matt Hertenstein y su equipo, de la DePauw University de Chicago han llegado a la conclusión, mediante un estudio de correlación estadística, de que la intensidad de las sonrisas de una persona en sus fotos permite vaticinar, con un alto grado de exactitud, si esta persona va a divorciarse o, por el contrario, mantendrá un vínculo sentimental estable a lo largo de su vida.

Para ello, han cuantificado la intensidad de dos muecas asociadas a la expresión habitual sonriente (movimiento hacia arriba de las mejillas y de las comisuras de los labios) en una muestra de voluntarios, han elaborado un cuestionario con preguntas a estas personas sobre su vida sentimental y han acoplado ambos grupos de datos mediante tratamientos estadísticos convencionales. La conclusión ha sido la antes citada, esto es: a mayor intensidad de las muecas de sonrisa en las fotos, mayor probabilidad de relación sentimental estable.

Los investigadores han formulado hasta tres hipótesis para explicar esta asombrosa correlación: las actitudes sonrientes reflejan una muy buena disposición para las relaciones sociales, existe una predisposición genética que, en interacción con el ambiente, explicaría estos resultados y, por último, las expresiones emocionales tienen el valor de un signo en un contexto de ecología conductual.

Se me ocurren algunas dudas metodológicas con relación a este estudio: ¿son fiables las expresiones de las fotos como fiel reflejo de la estructura emocional subyacente de una persona? A fin de cuentas, todos hemos dicho más de una vez 'patata' para forzar una sonrisa agradable en una foto de posado, sin que de ahí cupiera concluir nada sobre nuestro verdadero estado de ánimo. Otra pregunta: el estudio está hecho con casi un noventa y ocho por ciento de personas de 'raza 'caucásica. ¿Sería posible que otras 'razas' (negros, indios, chicanos, orientales) tuviesen una predisposición genética -o cultural- distinta a la hora de expresar sus estados de ánimo? Ítem más: ¿no habrá confundido este estudio correlación con causalidad? Es sabido que dos parámetros que guardan entre sí una correlación estadística no tienen por qué mantener una relación causal (por ejemplo, el que las aves migratorias emprendan el vuelo hacia el sur cuando las hojas de los árboles empiezan a caer no significa que la caída de la hoja provoque el vuelo del ave). Por último, ¿se van a diseñar nuevos 'experimentos' para contrastar las hipótesis formuladas en el artículo?

No me extiendo más. Ignoro si este estudio puede considerarse como buena o mala ciencia, pero tengo la impresión de que sus conclusiones resultan desproporcionadas en relación con la solidez de sus presupuestos metodológicos y de sus útiles empíricos. Al mismo tiempo, las supuestas hipótesis explicativas no parecen tener un enganche convincente en las correlaciones estadísticas presentadas. Son más bien deudoras de las propias premisas heurísticas del estudio (la relación -que se supone a priori- entre el nivel cuantificable de sonrisa y el futuro sentimental de la persona, confirmable estadísticamente, requiere una explicación a posteriori). Además, introduce un factor de cuantificación cuanto menos discutible (¿de verdad puede asignarse un número a la intensidad gestual de una sonrisa?) que pretende avalar -vía matemática- la cientificidad de la investigación.

En todo caso, puede que no suponga más que una entronización algo pomposa de un pedestre sentido común que permite vincular la alegría o seriedad de un rostro con sus perspectivas emocionales de futuro. Pero esto es algo que hacen de continuo los videntes, tarotistas y echadores de carta de toda laya y condición.

Una cita de José Ortega y Gasset

La ciencia consiste en sustituir el saber que parecía seguro por una teoría, o sea, por algo problemático.

José Ortega y Gasset, filósofo español.

sábado, 17 de octubre de 2009

Sobre el aborto, de nuevo: muñequitos de plástico, falsos gritos silenciosos y un artículo de Carl Sagan


Una entrada rápida. Quiero presentar aquí mi modesta contribución a la manifestación convocada para hoy, 17 de octubre, en Madrid, en contra de la reforma de la actual ley de interrupción voluntaria del embarazo. Por cierto, creo que van a repartir muñequitos de plástico que simulan fetos de catorce semanas. ¿Por qué no repartir también, ya puestos, mórulas desmontables, como el cubo de Rubik?

No me extiendo en consideraciones teóricas (remito, a quien le interese, a esta entrada del blog, en la que ya traté cuestiones relacionadas con la presunta naturaleza humana del cigoto). Sólo propongo la visita a dos enlaces que guardan relación con este tema.

Uno, un artículo aparecido en el New York Times en abril de 1985 -¡y que sigamos igual a estas alturas!- sobre las manipulaciones y falsedades vertidas en una película de mediados de los ochenta, 'El grito silencioso', en pleno floruit del conservadurismo reaganiano. El artículo lo he encontrado en la página web argentina 'Derecho al Aborto'.

Otro, uno de los últimos escritos del científico y divulgador Carl Sagan, 'Entre la vida y la elección', una muy interesante reflexión en torno al aborto y a los problemas que esta cuestión suscita en términos científicos, morales y pragmáticos. Recomendable en grado sumo.

viernes, 16 de octubre de 2009

'Los peces de la amargura': deslumbrantes fogonazos de brutalidad




"En silencio se agachó junto a la cuneta, buscó un poco entre los hierbajos y los desperdicios y encontró por fin algo que le sirviera de reliquia de aquella tierra donde dejaba enterrado a su marido. Desde entonces ha llevado siempre consigo esta pequeña piedra blanca que ven ustedes ahora en mi mano".

(Fernando Aramburu, 'Los peces de la amargura')

Un disparo no tiene estructura narrativa, no se desenvuelve según la secuencia tradicional de exposición, nudo y desenlace. Un disparo es un argumento instantáneo, un fogonazo que transita de la existencia a la inexistencia. Un disparo, en realidad, es una brutalidad fugaz, adimensional e indivisible.

En 'Los peces de la amargura', el escritor donostiarra Fernando Aramburu nos ofrece diez de estos disparos en forma de cuentos sobre la violencia de ETA desde un doble punto de vista: el de las víctimas y el de un sentido sórdido de lo cotidiano. Son diez estampas adimensionales en las que el tiempo narrativo se congela en un fogonazo eterno. Se trata de historias que no empiezan ni acaban, que se anegan en un presente lento e inexorable, en el lento chapoteo de la experiencia de un horror espeso, andrajoso, chusco y cutre.

Aunque el libro fue editado en 2006, he tenido ocasión de leerlo en estos dos últimos días. Como lector, he sentido un enorme placer (son cuentos magníficos escritos en una meritoria prosa a veces intencionadamente tosca) y un enorme estremecimiento (por los contenidos de las narraciones). Sin ningún efectismo estilístico -más allá de la imitación del habla cotidiana de la gente de cultura media y baja que puebla las páginas del libro- cada uno de los cuentos -de los disparos, por mejor decir- es un retrato al natural, como una estampa fotográfica de la cotidianidad aberrante en muchos lugares del País Vasco y Navarra.

Pero es algo más, mucho más que eso. 'Los peces de la amargura' es un desfile de soledades, humillaciones, miedos, egoísmos y cobardías encarnados en muchos de los personajes hasta una métrica esperpéntica. Me han impresionado en este sentido cuentos como 'Madres', 'La colcha quemada' o la terrible narración 'Enemigo del pueblo'. No obstante lo cual, Aramburu ha sabido reservar un lugar para cierta doliente ternura -es el caso del cuento 'El hijo de todos los muertos'- e incluso para un humor rayano en lo cínico -como en 'Después de las llamas', en el que se atisba también una mínima posibilidad de arrepentimiento y perdón.

Y, pese a todo, el autor no regatea una proporcionada compasión por los otros, los victimarios, convertidos sin duda en verdugos de sí mismos y en figuras repletas de un pathos muchas veces grotesco, como se pone de manifiesto en 'Golpes en la puerta'. Aunque queda claro que ellos, los asesinos, no son el centro de interés de estos cuentos deslumbrantes: el punto de gravitación narrativo corresponde, más bien, a la masa indolente de una sociedad enferma y con notables rasgos de esquizofrenia. En esto, Aramburu nos regala un fresco magistral de estampas espléndidas.

Un libro de relatos que ofrece, en definitiva, una lectura placentera y una reflexión atribulada.

lunes, 12 de octubre de 2009

Una sonata para piano de Henning Mankell

En Radio Clásica, de Radio Nacional de España, hay un programa que se titula 'Los Raros', dirigido por Juan Manuel Viana. Está dedicado a todos aquellos compositores de los que casi nadie, fuera del mundillo especializado, ha oído hablar. Uno de esos programas, emitido el 10 de noviembre de 2008, está dedicado a la figura de Henning Mankell.

No, no se trata del archiconocido Henning Mankell escritos de novelas policíacas -me confieso un rendido admirador de la serie Wallander- sino de su abuelo paterno. Henning Mankell abuelo vivió entre 1868 y 1930 y entre sus obras figura esta 'Sonata para piano opus 12', compuesta en 1912, con influencias de Beethoven y Listz y que presento aquí por cortesía de Radio Clásica. Consta de cinco movimientos: Preludio, Aria, Minueto, Zarabanda y Bourré. Disfrutádla.



viernes, 9 de octubre de 2009

'Bad Night': una mala noche la tiene cualquiera

No me puedo resistir a parasitar una entrada del blog 'Trazos de aprendizaje y experiencia' de mi amigo José Manuel Paredes (por cierto, un blog muy recomendable para los aficionados al cine, al activismo social y al derecho penal, así, todo en uno). En realidad, su entrada remite a un artículo titulado 'Drogas y cine gore', de la edición on line del periódico Diagonal.

He leído el artículo, firmado por el médico Fernando Caudevilla, y comparto sus apreciaciones en buena medida. Se trata de una crítica de la última campaña de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), que simula el tráiler de una película de terror adolescente llamada 'Bad Night'.

No quiero repetir los argumentos del artículo (leédlo, es una recomendación), ni pretendo tomar postura sobre las ventajas o desventajas de la legalización de las drogas actualmente ilegales, pero creo que campañas de este tipo -destinadas más a los padres de los potenciales consumidores de drogas que a estos últimos, como bien apunta Caudevila- además de simplificar demasiado el poliédrico mundo de las drogas, son demasiado moralistas en su enfoque del problema.

En mi opinión, la FAD y sus campañas periódicas contra las drogas se han convertido en un referente de las posturas políticamente correctas sobre esta cuestión. No tengo nada -en principio- contra la corrección política en general (no me considero un 'perezrevertiano' en este sentido) pero este cerrar filas en torno a un único postulado sobre el consumo de drogas -de drogas ilegales, se entiende- está hurtando a la sociedad la posibilidad de un debate franco sobre aspectos tan importantes como la legalización o la regulación pública de la distribución, venta, control sanitario y consumo de estos productos.

Campañas como ésta, más mediáticas que eficaces -el consumo de drogas entre los jóvenes, destinatario principal de los denodados esfuerzos de la FAD, no ha hecho sino incrementarse- llevan camino de convertirse en la máscara-fetiche de un tomemismo ideacional (que diría Marvin Harris) que únicamente parece servir para que cada personaje o institución pública se retrate en el teatrillo político y social de cada día. Campañas de apoyo, partidos de fútbol -con el inevitable Baltasar Garzón y otras figuras mediáticas luciendo estilismo futbolístico- o mercadillos varios no son, según parece, medidas suficientes para abordar con garantías de éxito los problemas derivados de la drogadicción (ilegal, se entiende). Sin embargo, cumplen un fin social: ocupar espacios en la prensa y en los informativos televisivos, preferentemente en las secciones de 'sociedad', allá por la página cincuenta o por el minuto treinta, respectivamente. Tampoco es baladí el espacio que ocupan en las vallas informativas o en las marquesinas de los autobuses urbanos.

Y todo eso desde una premisa inicial -la de que tomar drogas es siempre perjudicial y no trae más que problemas que inevitablemente se manifestarán a lo largo de la vida del consumidor- que no casa con la experiencia vital de muchos consumidores reales de estos productos, incluidos muchos jóvenes.

En definitiva, y desde un escepticismo casi sistemático, cabría titular la campaña de la FAD algo así como: 'Bad Night: una mala noche la tiene cualquiera'.

jueves, 8 de octubre de 2009

Un apunte sobre la importancia de chamanes y cazadores: el deporte y la ciencia en España

Planteo una hipótesis antropológica harto discutible -seguramente falsa- pero de gran utilidad metafórica: si consideramos que los chamanes son los predecesores de los actuales científicos (y cuántas veces no habremos comparado a los médicos con los brujos de la tribu) y que nuestros deportistas profesionales son los descendientes de los antiguos cazadores, entonces los españoles nos estamos convirtiendo en una tribu que otorga más importancia a sus cazadores -a tenor de este artículo del diario El País- que a sus chamanes -si hemos de creer esta noticia, extraída del mismo periódico.

Para una sociedad de cazadores-recolectores, esta sería una magnífica transformación social. El problema -me temo- es que España no es una sociedad de cazadores-recolectores. ¿O sí?

Tal vez ha llegado el momento de que nuestro país inicie de una vez su propia revolución neolítica.



miércoles, 7 de octubre de 2009

¿Paleoantropología o paletoantropología?

Que no, que va a resultar que 'Ardi' no es el ancestro más viejo conocido de Homo sapiens y que el periodismo de divulgación científica vuelve a desenfocar la auténtica importancia en la presentación de una noticia científica. Y si no, leed esta entrada del blog Magonia, de Luis Alfonso Gámez, y este artículo de José María Bermúdez de Castro (uno de los codirectores del 'Proyecto Atapuerca').



La ciencia española no necesita tijeras...


... porque bastante recortados están ya los derechos laborales de los becarios pre y postdoctorales.

viernes, 2 de octubre de 2009

Las tribulaciones del cigoto Ferminico (una reflexión sobre el aborto)


Nadie, creo, puede encaramarse a la cuestión del aborto desde una única línea de confrontación argumental, y menos cuando en tal confrontación se mezclan afirmaciones que pertenecen a argumentarios distintos.

Me explico: cuando las organizaciones autodenominadas pro-vida o antiabortistas hablan del cigoto como del momento fundacional de una vida humana personal (retengamos ambos adjetivos, 'humana' y 'personal'), las organizaciones defensoras de las prácticas de interrupción voluntaria del embarazo replican con el derecho de la mujer a la libre elección y disposición de su propio cuerpo. Está claro que ambos 'interlocutores'-perdón si parezco algo habermasiano-utilizan discursos inmiscibles, como el agua y el aceite. Como diría un filósofo del lenguaje, las afirmaciones enfrentadas pertenecen a universos pragmáticos independientes.

Incluso en la denominación del problema se pone de manifiesto lo inconmensurable de ambos argumentarios: la cuestión del aborto para unos (acentuando el resultado final) o de la libre elección y de la interrupción voluntaria del embarazo para otros (incidiendo más bien en la práctica, en el proceso)

Con motivo de la presentación por el Gobierno del proyecto de ley para la interrupción voluntaria del embarazo y de su previsible aprobación por las Cortes Generales vuelve a agitarse el gallinero de las organizaciones pro-vida, tan silentes ellas durante los ocho años del gobierno de Aznar. Estas organizaciones han convocado una manifestación para el próximo 17 de octubre. Quizás por eso sea un buen momento para lanzar al aire un par de reflexiones sobre este asunto, sin pretender abarcar en profundidad (¡líbreme Dios!) todos los aspectos que cabrían bajo el rótulo 'problema del aborto'.

Primera reflexión: yo distingo al menos cuatro ejes de argumentación en el tema que nos ocupa. Estos ejes serían los que siguen: el aborto como problema social, el aborto como problema jurídico, el aborto como problema moral y el aborto como problema científico. Creo que una discusión a tumba abierta (no se si es una expresión muy adecuada) sobre el aborto debería abarcar, en distintos ámbitos y con interlocutores también distintos, estas cuatro perspectivas. No voy a detenerme en analizarlas -entre otras cosas, no me siento capacitado para hacerlo y no podría aportar nada nuevo a lo que ya se ha dicho otras veces-, sino que pretendo centrarme sólo en una de ellas.

Y de aquí arranca mi segunda reflexión: el aborto como problema científico, un asunto que me interesa particularmente, tal vez por mi formación de biólogo. Tengo la impresión de que esta es una dimensión que no suele figurar en la agenda argumental de quienes defienden -entre los que me cuento- una regulación más amplia que la actual de la interrupción voluntaria del embarazo. Es sin duda fundamental contemplar el aborto como un problema social de envergadura -sin hacer caso de afirmaciones tan memas como la de que 'las mujeres no ven la necesidad de una nueva regulación' (Soraya Sáenz de Santamaría dixit)- y no menos importante es abordar su regulación jurídica (¿debe ser un derecho, o simplemente una práctica no penalizada?) o su contorno moral (¿se trata de un mal moral, como he oído decir en alguna ocasión, o tan sólo de una práctica tan éticamente incolora como la de una intervención quirúrgica rutinaria?).

Dicho lo cual, creo que el movimiento en favor de una regulación del aborto como derecho dentro de una ley de plazos tiene que pertrecharse argumentalmente también en el plano científico. ¿Estoy muy equivocado, o este es un tema sobre el que suele pasarse de puntillas? ¿De verdad quienes aspiramos a una ley de plazos razonable no debemos 'meternos en jardines científicos', como no hace mucho aconsejaba un histórico prócer del partido socialista a la ministra de igualdad, Bibiana Aído?

Asomémonos, siquiera un poco, a ese jardín. El movimiento antiabortista enarbola como un mantra la afirmación de que desde el momento de la fecundación del óvulo surge la vida humana plena, vale decir, el cigoto es una persona. A modo de anécdota, en Pamplona, a principios de los años noventa, las organizaciones pro-vida solían pintar en las paredes de los edificios la carita de un niño, supuestamente uno de esos niñitos triturados en las máquinas del horror de las clínicas abortistas; el movimiento feminista, de forma muy ocurrente, bautizó a esa carita como 'Ferminico', en honor del ilustre copatrono de Navarra.

Pero, ¿es el cigoto, de verdad, una persona? ¿Se trata de una vida 'humana' y 'personal'? No parece que nuestros conocimientos científicos puedan avalar tales afirmaciones. El cigoto es, sí, la fase inicial de un proceso de desarrollo que puede culminar -o no- en la formación de un individuo adulto. Sin embargo, el cigoto no es ni siquiera un individuo: antes de la anidación, el incipiente embrión puede dar lugar a la formación de gemelos monocigóticos . Ítem más: algunas células de este prontoembrión formarán parte de la placenta, sin que pueda a priori determinarse cuáles van a ser, mientras que las restantes permanecerán como base constitutiva del futuro -o no- individuo. Es decir, el cigoto y el embrión temprano ni es un individuo de su especie biológica, ni tampoco es, sensu stricto, algo que podamos llamar individuo. Una reflexión más amplia sobre esta cuestión, en el encuadre general de la ética de la manipulación de embriones humanos, en este interesante artículo de Enrique Iáñez, de la Universidad de Granada.

En lo que respecta a la presunta naturaleza personal del cigoto-embrión. lo dicho más arriba parece arruinar esta pretensión (si algo no es un individuo, con mucha menos razón será una persona). El concepto 'persona' resulta indefinible desde el punto de vista de la biología; se trata de una noción cuya genealogía tiene poco que ver con las ciencias naturales y más con la reflexión filosófica y las creencias religiosas. Las ciencias naturales pueden definir a un organismo como un individuo perteneciente al taxón especie (los taxones superiores son más arbitrarios), pero, en el caso particular de Homo sapiens, la categorización de un especimen como persona escapa a las pretensiones y posibilidades de la biología. A propósito, Rafael Reig lo explica de forma mucho más amena que yo en esta carta con respuesta del diario 'Público'.

Y, por último, la inviabilidad natural de los óvulos fecundados durante los primeros días es de casi el cincuenta por ciento, que luego disminuye hasta un quince o veinte por ciento, también en los estadios iniciales del desarrollo embrionario. Este hecho parece casar mal con las creencias religiosas de la gran mayoría de los antiabortistas en España; si el cigoto es una persona ontológicamente completa, el comportamiento de la naturaleza -cabe, de Dios- es inusualmente cruel. Tal y como afirma el ilustre genetista Francisco Ayala, hablando sobre el 'diseño inteligente',

El veinte por ciento de todos los embarazos abortan espontáneamente durante los dos primeros meses de la preñez. El número sube a veinte millones de abortos en el mundo cada año. Me aterra pensar que hay creyentes que implícitamente atribuyen este desastre al diseño (incompetente) del Creador, con lo cual le convierten en un abortista de magnitud gigantesca.

En definitiva, las organizaciones en favor de una mejor regulación de la práctica del aborto no deberían centrar sus argumentos tan sólo en la dimensión social de este problema (con ser ésta importantísima) ni en cuestiones jurídicas de legislación comparada con otros países europeos (con ser, también, un referente necesario). El argumentario científico, al menos hasta donde las ciencias naturales pueden hablar, es fundamental para evitar que ciertas afirmaciones pretendidamente científicas adquieran la solidez de verdades incontestables. De lo contrario, estaremos asistiendo -y tal vez contribuyendo- a la implantación de nuevos mitos con pátina de racionalidad.

Pero tal vez todo esto sea demasiado enrevesado para explicárselo al cigoto Ferminico.