Nadie, creo, puede encaramarse a la cuestión del aborto desde una única línea de confrontación argumental, y menos cuando en tal confrontación se mezclan afirmaciones que pertenecen a argumentarios distintos.
Me explico: cuando las organizaciones autodenominadas pro-vida o antiabortistas hablan del cigoto como del momento fundacional de una vida humana personal (retengamos ambos adjetivos, 'humana' y 'personal'), las organizaciones defensoras de las prácticas de interrupción voluntaria del embarazo replican con el derecho de la mujer a la libre elección y disposición de su propio cuerpo. Está claro que ambos 'interlocutores'-perdón si parezco algo habermasiano-utilizan discursos inmiscibles, como el agua y el aceite. Como diría un filósofo del lenguaje, las afirmaciones enfrentadas pertenecen a universos pragmáticos independientes.
Incluso en la denominación del problema se pone de manifiesto lo inconmensurable de ambos argumentarios: la cuestión del aborto para unos (acentuando el resultado final) o de la libre elección y de la interrupción voluntaria del embarazo para otros (incidiendo más bien en la práctica, en el proceso)
Con motivo de la presentación por el Gobierno del proyecto de ley para la interrupción voluntaria del embarazo y de su previsible aprobación por las Cortes Generales vuelve a agitarse el gallinero de las organizaciones pro-vida, tan silentes ellas durante los ocho años del gobierno de Aznar. Estas organizaciones han convocado una manifestación para el próximo 17 de octubre. Quizás por eso sea un buen momento para lanzar al aire un par de reflexiones sobre este asunto, sin pretender abarcar en profundidad (¡líbreme Dios!) todos los aspectos que cabrían bajo el rótulo 'problema del aborto'.
Primera reflexión: yo distingo al menos cuatro ejes de argumentación en el tema que nos ocupa. Estos ejes serían los que siguen: el aborto como problema social, el aborto como problema jurídico, el aborto como problema moral y el aborto como problema científico. Creo que una discusión a tumba abierta (no se si es una expresión muy adecuada) sobre el aborto debería abarcar, en distintos ámbitos y con interlocutores también distintos, estas cuatro perspectivas. No voy a detenerme en analizarlas -entre otras cosas, no me siento capacitado para hacerlo y no podría aportar nada nuevo a lo que ya se ha dicho otras veces-, sino que pretendo centrarme sólo en una de ellas.
Y de aquí arranca mi segunda reflexión: el aborto como problema científico, un asunto que me interesa particularmente, tal vez por mi formación de biólogo. Tengo la impresión de que esta es una dimensión que no suele figurar en la agenda argumental de quienes defienden -entre los que me cuento- una regulación más amplia que la actual de la interrupción voluntaria del embarazo. Es sin duda fundamental contemplar el aborto como un problema social de envergadura -sin hacer caso de afirmaciones tan memas como la de que 'las mujeres no ven la necesidad de una nueva regulación' (Soraya Sáenz de Santamaría dixit)- y no menos importante es abordar su regulación jurídica (¿debe ser un derecho, o simplemente una práctica no penalizada?) o su contorno moral (¿se trata de un mal moral, como he oído decir en alguna ocasión, o tan sólo de una práctica tan éticamente incolora como la de una intervención quirúrgica rutinaria?).
Dicho lo cual, creo que el movimiento en favor de una regulación del aborto como derecho dentro de una ley de plazos tiene que pertrecharse argumentalmente también en el plano científico. ¿Estoy muy equivocado, o este es un tema sobre el que suele pasarse de puntillas? ¿De verdad quienes aspiramos a una ley de plazos razonable no debemos 'meternos en jardines científicos', como no hace mucho aconsejaba un histórico prócer del partido socialista a la ministra de igualdad, Bibiana Aído?
Asomémonos, siquiera un poco, a ese jardín. El movimiento antiabortista enarbola como un mantra la afirmación de que desde el momento de la fecundación del óvulo surge la vida humana plena, vale decir, el cigoto es una persona. A modo de anécdota, en Pamplona, a principios de los años noventa, las organizaciones pro-vida solían pintar en las paredes de los edificios la carita de un niño, supuestamente uno de esos niñitos triturados en las máquinas del horror de las clínicas abortistas; el movimiento feminista, de forma muy ocurrente, bautizó a esa carita como 'Ferminico', en honor del ilustre copatrono de Navarra.
Pero, ¿es el cigoto, de verdad, una persona? ¿Se trata de una vida 'humana' y 'personal'? No parece que nuestros conocimientos científicos puedan avalar tales afirmaciones. El cigoto es, sí, la fase inicial de un proceso de desarrollo que puede culminar -o no- en la formación de un individuo adulto. Sin embargo, el cigoto no es ni siquiera un individuo: antes de la anidación, el incipiente embrión puede dar lugar a la formación de gemelos monocigóticos . Ítem más: algunas células de este prontoembrión formarán parte de la placenta, sin que pueda a priori determinarse cuáles van a ser, mientras que las restantes permanecerán como base constitutiva del futuro -o no- individuo. Es decir, el cigoto y el embrión temprano ni es un individuo de su especie biológica, ni tampoco es, sensu stricto, algo que podamos llamar individuo. Una reflexión más amplia sobre esta cuestión, en el encuadre general de la ética de la manipulación de embriones humanos, en este interesante artículo de Enrique Iáñez, de la Universidad de Granada.
En lo que respecta a la presunta naturaleza personal del cigoto-embrión. lo dicho más arriba parece arruinar esta pretensión (si algo no es un individuo, con mucha menos razón será una persona). El concepto 'persona' resulta indefinible desde el punto de vista de la biología; se trata de una noción cuya genealogía tiene poco que ver con las ciencias naturales y más con la reflexión filosófica y las creencias religiosas. Las ciencias naturales pueden definir a un organismo como un individuo perteneciente al taxón especie (los taxones superiores son más arbitrarios), pero, en el caso particular de Homo sapiens, la categorización de un especimen como persona escapa a las pretensiones y posibilidades de la biología. A propósito, Rafael Reig lo explica de forma mucho más amena que yo en esta carta con respuesta del diario 'Público'.
Y, por último, la inviabilidad natural de los óvulos fecundados durante los primeros días es de casi el cincuenta por ciento, que luego disminuye hasta un quince o veinte por ciento, también en los estadios iniciales del desarrollo embrionario. Este hecho parece casar mal con las creencias religiosas de la gran mayoría de los antiabortistas en España; si el cigoto es una persona ontológicamente completa, el comportamiento de la naturaleza -cabe, de Dios- es inusualmente cruel. Tal y como afirma el ilustre genetista Francisco Ayala, hablando sobre el 'diseño inteligente',
El veinte por ciento de todos los embarazos abortan espontáneamente durante los dos primeros meses de la preñez. El número sube a veinte millones de abortos en el mundo cada año. Me aterra pensar que hay creyentes que implícitamente atribuyen este desastre al diseño (incompetente) del Creador, con lo cual le convierten en un abortista de magnitud gigantesca.
En definitiva, las organizaciones en favor de una mejor regulación de la práctica del aborto no deberían centrar sus argumentos tan sólo en la dimensión social de este problema (con ser ésta importantísima) ni en cuestiones jurídicas de legislación comparada con otros países europeos (con ser, también, un referente necesario). El argumentario científico, al menos hasta donde las ciencias naturales pueden hablar, es fundamental para evitar que ciertas afirmaciones pretendidamente científicas adquieran la solidez de verdades incontestables. De lo contrario, estaremos asistiendo -y tal vez contribuyendo- a la implantación de nuevos mitos con pátina de racionalidad.
Pero tal vez todo esto sea demasiado enrevesado para explicárselo al cigoto Ferminico.
¿Existen argumentos científicos válidos para tratar este asunto? No es una pregunta retórica. Los prohibicionistas suelen alardear de sus argumentos científicos, pero dime de qué presumes, etc., y luego lo redondeas con un cartel de niño con lince. De acuerdo, el niño era feísimo, pero niño, al fin y al cabo.
ResponderEliminarA los prohibicionistas del aborto les encanta emplear el calificativo "científico" para conferir un marchamo respetable a sus opiniones. Si su argumentación se aparta del método científico, se desenmascara, y punto. Pero no veo la necesidad de imitarlos.
Bueno, yo creo que un argumento falsamente científico se desenmascara con argumentos realmente científicos. No creo que eso sea "imitarlos". Es ponerles en su sitio precisamente en el "jardín" en el que ellos mismos se metieron.
ResponderEliminarInvitado especialmente por Macomu y, aunque en otros foros hemos hablado del tema, la cuestión sigue abierta y apasionante. No oculto mi condición de creyente y católico, si bien a veces heterodoxo como dijeron de López Aranguren en su día (y no me estoy comparando con el gran filósofo abulenese), pero en este como en tantos temas creo que la religión, si quiere ser creíble, ha compatibilizarse con la ciencia. Para muchos creyentes lo más fácil parece ser aceptar sin más lo que dice la Iglesia y porque lo dice ella, sin embargo no es esa, en mi opinión, la actitud madura de quien, como creyente, busca la Verdad, esté donde esté y no siempre en el seno de la Iglesia como se ha demostrado a lo largo de la Historia y más en concreto en cuestiones científicas (v.g.caso Galileo...). Con todo, y entrando en el tema que nos ocupa, la doctrina tradicional no se ha movido un ápice y eso también hay que tenerlo en cuenta desde una postura de fe. A mí me gustaría que la ciencia fuera unánime pero parece que en esta cuestión todavía estamos como con la existencia de Dios, que ni se puede demostrar ni tampoco su inexistencia. En cambio sí creo que se podría llegar a un consenso ético universal, como en otros temas, y aceptar al menos que el llamado nasciturus es vida y vida humana (sin entrar en conceptos como individuo o persona, tal vez cuestión de fe) y por tanto merecedor de un respeto y consideración particular (como lo acpetó en su día el Tribunal Constitucional español). Luego está el choque con la libertad de la mujer a decidir (a mi no me gusta hablar de derecho a abortar)y es aquí donde cabría la regulación y despenalización en su caso (yo no quiero que vaya a la cárcel ninguna mujer, bastante traumático es el hecho en sí, pero tampoco que se vea como un mero derecho sin más). Y es que la ley que se propone ahora por el gobierno Zapatero, con la que no estoy de acuerdo, de hecho apoya un aborto libre sin cortapisas y con unos plazos siempre discutibles, además de contener muchas contradicciones (lo de la mayoría de edad para decidir en esto y no en otros temas...). Y es que cuando no hay certeza en algo, creo que no se deberían adoptar medidas tan abiertas en que colisionan distintos bienes (vida por nacer y libertad de decisión). No me quiero enrrollar demasiado pues el tema sigue abierto, pero estoy de acuerdo en que nos situemos en el ámbito cinetífico para tratar esta y otras cuestiones (si bien en este tema no sé si la ciencia puede avanzar más...) y dejemos lo demás para las morales particulares o confesionales, pero eso sí, admitiendo que esas cuestiones también tienen implicación ético-jurídica y entre todos hemos de buscar ese acuerdo lo más universal posible para garantizar los derechos de todos y todas, mujeres y vida humana no nacida.
ResponderEliminarLo peor es que a día de hoy me he encontrado con un mini comic del tal "Ferminico" que reparten en un colegio mayor femenino de Pamplona y las barbaridades que dicen y expresan con imágenes son finas... dibujos del tal Ferminico triturado por un médico en el vientre de su madre o absorvido por una aspiradora que también lo tritura o quemado hasta la muerte por inyecciones de sal...afirmaciones tales como que "su madre y su médico planean asesinarlo" o que las mujeres "tontamente" afirman su derecho sobre su cuerpo cuando ese derecho solo pertenece a Dios...
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