No me puedo resistir a parasitar una entrada del blog 'Trazos de aprendizaje y experiencia' de mi amigo José Manuel Paredes (por cierto, un blog muy recomendable para los aficionados al cine, al activismo social y al derecho penal, así, todo en uno). En realidad, su entrada remite a un artículo titulado 'Drogas y cine gore', de la edición on line del periódico Diagonal.
He leído el artículo, firmado por el médico Fernando Caudevilla, y comparto sus apreciaciones en buena medida. Se trata de una crítica de la última campaña de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), que simula el tráiler de una película de terror adolescente llamada 'Bad Night'.
No quiero repetir los argumentos del artículo (leédlo, es una recomendación), ni pretendo tomar postura sobre las ventajas o desventajas de la legalización de las drogas actualmente ilegales, pero creo que campañas de este tipo -destinadas más a los padres de los potenciales consumidores de drogas que a estos últimos, como bien apunta Caudevila- además de simplificar demasiado el poliédrico mundo de las drogas, son demasiado moralistas en su enfoque del problema.
En mi opinión, la FAD y sus campañas periódicas contra las drogas se han convertido en un referente de las posturas políticamente correctas sobre esta cuestión. No tengo nada -en principio- contra la corrección política en general (no me considero un 'perezrevertiano' en este sentido) pero este cerrar filas en torno a un único postulado sobre el consumo de drogas -de drogas ilegales, se entiende- está hurtando a la sociedad la posibilidad de un debate franco sobre aspectos tan importantes como la legalización o la regulación pública de la distribución, venta, control sanitario y consumo de estos productos.
Campañas como ésta, más mediáticas que eficaces -el consumo de drogas entre los jóvenes, destinatario principal de los denodados esfuerzos de la FAD, no ha hecho sino incrementarse- llevan camino de convertirse en la máscara-fetiche de un tomemismo ideacional (que diría Marvin Harris) que únicamente parece servir para que cada personaje o institución pública se retrate en el teatrillo político y social de cada día. Campañas de apoyo, partidos de fútbol -con el inevitable Baltasar Garzón y otras figuras mediáticas luciendo estilismo futbolístico- o mercadillos varios no son, según parece, medidas suficientes para abordar con garantías de éxito los problemas derivados de la drogadicción (ilegal, se entiende). Sin embargo, cumplen un fin social: ocupar espacios en la prensa y en los informativos televisivos, preferentemente en las secciones de 'sociedad', allá por la página cincuenta o por el minuto treinta, respectivamente. Tampoco es baladí el espacio que ocupan en las vallas informativas o en las marquesinas de los autobuses urbanos.
Y todo eso desde una premisa inicial -la de que tomar drogas es siempre perjudicial y no trae más que problemas que inevitablemente se manifestarán a lo largo de la vida del consumidor- que no casa con la experiencia vital de muchos consumidores reales de estos productos, incluidos muchos jóvenes.
En definitiva, y desde un escepticismo casi sistemático, cabría titular la campaña de la FAD algo así como: 'Bad Night: una mala noche la tiene cualquiera'.
He leído el artículo, firmado por el médico Fernando Caudevilla, y comparto sus apreciaciones en buena medida. Se trata de una crítica de la última campaña de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), que simula el tráiler de una película de terror adolescente llamada 'Bad Night'.
No quiero repetir los argumentos del artículo (leédlo, es una recomendación), ni pretendo tomar postura sobre las ventajas o desventajas de la legalización de las drogas actualmente ilegales, pero creo que campañas de este tipo -destinadas más a los padres de los potenciales consumidores de drogas que a estos últimos, como bien apunta Caudevila- además de simplificar demasiado el poliédrico mundo de las drogas, son demasiado moralistas en su enfoque del problema.
En mi opinión, la FAD y sus campañas periódicas contra las drogas se han convertido en un referente de las posturas políticamente correctas sobre esta cuestión. No tengo nada -en principio- contra la corrección política en general (no me considero un 'perezrevertiano' en este sentido) pero este cerrar filas en torno a un único postulado sobre el consumo de drogas -de drogas ilegales, se entiende- está hurtando a la sociedad la posibilidad de un debate franco sobre aspectos tan importantes como la legalización o la regulación pública de la distribución, venta, control sanitario y consumo de estos productos.
Campañas como ésta, más mediáticas que eficaces -el consumo de drogas entre los jóvenes, destinatario principal de los denodados esfuerzos de la FAD, no ha hecho sino incrementarse- llevan camino de convertirse en la máscara-fetiche de un tomemismo ideacional (que diría Marvin Harris) que únicamente parece servir para que cada personaje o institución pública se retrate en el teatrillo político y social de cada día. Campañas de apoyo, partidos de fútbol -con el inevitable Baltasar Garzón y otras figuras mediáticas luciendo estilismo futbolístico- o mercadillos varios no son, según parece, medidas suficientes para abordar con garantías de éxito los problemas derivados de la drogadicción (ilegal, se entiende). Sin embargo, cumplen un fin social: ocupar espacios en la prensa y en los informativos televisivos, preferentemente en las secciones de 'sociedad', allá por la página cincuenta o por el minuto treinta, respectivamente. Tampoco es baladí el espacio que ocupan en las vallas informativas o en las marquesinas de los autobuses urbanos.
Y todo eso desde una premisa inicial -la de que tomar drogas es siempre perjudicial y no trae más que problemas que inevitablemente se manifestarán a lo largo de la vida del consumidor- que no casa con la experiencia vital de muchos consumidores reales de estos productos, incluidos muchos jóvenes.
En definitiva, y desde un escepticismo casi sistemático, cabría titular la campaña de la FAD algo así como: 'Bad Night: una mala noche la tiene cualquiera'.
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