"Del mito al logos" (Vom Mythos zum Logos) es el título de una obra del filólogo alemán Wilhelm Nestle, escrita en el año 1940. Con esta expresión el autor quería significar la transición entre el pensamiento mágico y el racional. Sin embargo, en pleno siglo XXI, los terrenos del mito siguen siendo demasiado amplios, a costa del logos. Aun entendiendo que la frontera que las delimita no es una gruesa línea recta, sino un trazado sinuoso y sorprendente, conviene no confundir estas dos naciones. Es lo que trataremos de hacer aquí. Bienvenidos.

jueves, 16 de septiembre de 2010

La ligereza argumental en el arte de Cúchares

La reciente prohibición por el Parlamento de Catalunya de las corridas de toros en esa comunidad, a partir de una iniciativa legislativa popular debatida en sede parlamentaria, ha vuelto a poner sobre el tapete interesantes argumentarios en favor y en contra del llamado 'arte de Cúchares'. En esta entrada voy a comentar con brevedad los seis argumentos que considero principales en favor de las corridas de toros, sin entrar en el debate terminológico sobre la denominación de 'protaurinos' y 'antitaurinos' a quienes protagonizan las posturas contendientes. No me considero un antitaurino de pro, pero creo que estos argumentos son, en el mejor de los casos, francamente mejorables. Mi intención al escribir sobre ellos es más retórica que activista.
Antes que nada, una precisión metodológica. Sin entrar a discutir el argumentario antitaurino -heterogéneo y de valor dispar- parto de la base de que el común denominador de este argumentario es la siguiente constatación: las corridas de toros suponen la aplicación de un sufrimiento intenso, prolongado e innecesario al toro, sufrimiento que puede calificarse como de maltrato grave, tal vez incluso de 'tortura', y que deriva en una agonía del animal que termina con la muerte de éste. Soy consciente de que muchas personas pueden no compartir esta afirmación como la proposición nuclear de los movimientos antitaurinos, pero creo sinceramente que la discusión de los puntos de vista de quienes defienden el toreo se entiende mucho mejor teniendo presente esta constatación básica.
De los seis argumentos que presento, los cuatro primeros son posiblemente los más relevantes y los más enarbolados por los defensores del toreo; los otros dos, que se escuchan de vez en cuando, tienen en mi opinión una presencia menor en esta discusiones. Vayamos por partes.

Primer argumento. Prohibido prohibir. La prohibición de las corridas es un atentado contra la libertad de elección. Me asombra esta afirmación cada vez que la escucho, e imagino a quienes la enarbolan como sesentayochistas radicales dispuestos a tirar adoquines contra la policía y a pintar grafitis en las paredes de las facultades de veterinaria. Este argumento es de una majadería tal que no merece la pena perder mucho tiempo con él. ¿Desde cuándo la prohibición, en sí misma, es un atentado contra la libertad genérica de los seres humanos? Perdón por los ejemplos, carentes por completo de originalidad, pero dudo mucho de que la prohibición del asesinato, la violencia de género o el ahorcamiento de galgos tenga un efecto significativo sobre la percepción individual de los límites de la propia libertad, y mucho menos de la libertad de elección. No es el acto de prohibir el que resulta cuestionable, sino el objeto de la prohibición; en fin, primer párrafo de la asignatura maría de primero de derecho. Los protaurinos que, pomposamente, recitan este argumento de memoria están situando la discusión en un terreno en el que les pueden llover las bofetadas dialécticas por todos los lados. Se trata de discutir sobre el objeto de la prohibición -las corridas de toros- no sobre la propia prohibición, no sé si me explico; no se está entrando en el fondo de la discusión, sólo se está rodeando la contienda.



Segundo argumento. Las corridas de toros son una tradición cultural española. Renunciar a ellas supone renunciar a nuestra historia, identidad y cultura como nación. Quienes sostienen este punto de vista, y son muchos, suelen pensar que están proclamando una verdad sólo parangonable a las del credo niceno, o algo así. Obviando el debate inevitable en torno a la categoría 'cultural' -creo que perfectamente pueden ser las corridas de toros un fenómeno cultural-, la catalogación de una práctica como 'tradición' no la exime de una valoración crítica y moral. Me conformo con un pequeño catálogo muy heterogéneo de tradiciones que nadie con un mínimo sentido común querría ver perpetuadas: el antisemitismo, los asesinatos de honor, los juicios de Dios, los castrati, el vertido de aguas mayores desde los balcones, las lapidaciones, el destechado de las mujeres menstruantes, el burka o el niqab, los castigos físicos a los niños, las violaciones como botín de guerra, el ahorcamiento de galgos (antes mencionado), la discriminación salarial de la mujer, la evasión de impuestos o escupir en el suelo, por nombrar sólo algunas costumbres bastante indeseables. De nuevo el argumentario protaurino evita el coso de la confrontación, y se limita a rodear el perímetro; las tradiciones pueden ser buenas, malas o mediopensionistas. La valoración moral que nos merezca una práctica no está en función de que se haya mantenido durante doscientos años; habrá que tener en cuenta, más bien, los contenidos de esa práctica. Lo contrario es incurrir en la falacia naturalista (deducir lógicamente que lo que ya es debe seguir siendo, simplemente porque ya es).



Tercer argumento. Los toros de lidia son criados en dehesas con todos los mimos y cuidados. Llevan una vida más que regalada y sólo sufren en el tramo final de su vida, que además es un tramo muy breve. Este argumento no deja de ser curioso. Y lo es por una razón muy sencilla: normalmente los protaurinos afirman que los animales no tienen derechos por ellos mismos -con lo que yo estoy de acuerdo- y que por tanto la gestión de sus vidas por parte de los seres humanos no obedece a ningún respeto que éstos deban a aquéllos, sino a la práctica de mínimos principios de humanidad. Y sin embargo, en el fondo de este argumento hay algo parecido a una excusa a raíz de la confesión de una cierta culpabilidad. Algo como esto: "es verdad que los toros sufren mucho en el tramo final de su vida, pero durante toda su vida anterior han vivido como reyes en nuestros pastos y dehesas". ¿Hasta qué punto es necesario mencionar lo de la vida regalada del morlaco como antecedente justificativo de su sufrimiento final, salvo que se quiera precisamente eso, justificar? Y entonces, ¿por qué tenemos que justificar nada, puesto que nosotros, los seres humanos, no hemos incumplido ningún contrato con estas reses, sino que gestionamos su vida y su muerte de acuerdo con nuestros intereses? Hay además otro punto en el que este argumento me parece flojo, y es también fácil de comprender: ¿hasta qué punto podemos justificar el dolor, la agonía y la muerte del morlaco en plaza sólo por el hecho de que toda su vida anterior haya sido equiparable a la de un jeque saudí en Marbella? ¿Puede una acusación de tratamiento cruel y maltrato grave quedar sobreseída por la procura de una idílica vida anterior? No se discute, en mi opinión, la excelencia del cuidado de las reses antes de su traslado a chiqueros, sino la práctica a la que se somete a estos animales justo después.

Cuarto argumento. Sin las corridas de toros, la raza de toro de lidia desaparecería. Sólo quedarían algunos ejemplares para su uso como sementales. Sobre este particular, sólo quiero hacer dos apreciaciones. En primer lugar, no existe el toro de lidia como subraza específica del 'toro común' (Bos taurus), por lo que difícilmente puede desaparecer una raza que no existe como tal. En segundo lugar, creo que este argumento obvia tanto la historia previa del toro de lidia -que se vendía originalmente como carne para consumo humano y no para el toreo, y sólo después se empezó a criar para lucir en albero- como las posibilidades alimenticias del propio morlaco, que puede resultar tan rentable en tanto productor de carne como otras razas de cría extensiva. Para un desarrollo de estos contraargumentos, recomiendo la visita al artículo La presunta raza de lidia, en la página web de la organización ASANDA.

Quinto argumento. Es injusto comparar las corridas de toros con prácticas de maltrato animal no reguladas (tirar la cabra del campanario, decapitar gansos, apalear perros). Existe una detallada reglamentación sobre todos los aspectos que una corrida de toros debe contemplar. De nuevo, un argumento 'perimetral'. No se trata de justificar el maltrato al toro, sino de regularlo... pero sigue siendo maltrato. La regulación de una práctica no garantiza su inocuidad ni su excelencia ética. A veces ocurre lo contrario. Sin ánimo de hacer comparaciones baratas: los nazis regularon perfectamente el uso de las cámaras de gas, las ejecuciones judiciales de todo tipo se encuentran profusamente reglamentadas y las humillaciones públicas en tiempos de Stalin eran un ejemplo de ars burocratica. En realidad no se trata de eso, pero el argumentario protaurino no parece entenderlo.

Sexto argumento. Las corridas de toros tienen una dimensión estética innegable que se ha manifestado en la obra de grandes artistas como Goya y su serie de grabados sobre la tauromaquia. La pervivencia de este argumento es asombrosa. Basten unos pocos contraejemplos: el 'Cristo crucificado' de Velázquez es una obra maestra de la pintura de todos los tiempos. ¿Supone esto una reivindicación de una ejecución tan bárbara como la de la muerte en la cruz? El 'Auto de fe' es una notabilísima pintura de Francisco Rizzi. ¿Vamos a rescatar los métodos inquisitoriales a estas alturas? 'Masacre en Corea', de Picasso, es un lienzo magnífico. ¿Justifica el cuadro su propio contenido, esto es, el fusilamiento de mujeres y niños indefensos por parte de soldados armados hasta los dientes?



Sé que los defensores de las corridas manejan también otros argumentos, pero creo que los que he comentado, en especial los cuatro primeros, protagonizan los actuales debates sobre esta cuestión. Sé también que en el argumentario de los antitaurinos existen formulaciones muy deficientes, como por ejemplo el de la existencia de un conjunto de derechos de los animales propios e independientes de la voluntad y gestión de los seres humanos o el argumento ad hominem que compara a los aficionados a los toros con psicópatas sádicos y cosas por el estilo. Por supuesto, estos argumentos son inaceptables, pero su escasa calidad lógica y retórica los hace prescindibles en cualquier discusión con un mínimo nivel técnico. Los antitaurinos, creo, pueden plantear sus intervenciones en torno a la constatación básica de la que se ha hablado al principio -el sufrimiento continuo e innecesario, la agonía y la muerte cruel del toro- y situar a los protaurinos en esa arena argumental. Éstos, por su parte, suelen circunvalar esa constatación y arrojan al albero sólo reflexiones periféricas. Al menos esta es mi opinión. Para que el debate se enriquezca, los defensores del arte de Cúchares deberán elaborar nuevas y mejores justificaciones para sostener su propia postura.

O bien intentar un cambio de tercio.

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