"Del mito al logos" (Vom Mythos zum Logos) es el título de una obra del filólogo alemán Wilhelm Nestle, escrita en el año 1940. Con esta expresión el autor quería significar la transición entre el pensamiento mágico y el racional. Sin embargo, en pleno siglo XXI, los terrenos del mito siguen siendo demasiado amplios, a costa del logos. Aun entendiendo que la frontera que las delimita no es una gruesa línea recta, sino un trazado sinuoso y sorprendente, conviene no confundir estas dos naciones. Es lo que trataremos de hacer aquí. Bienvenidos.

jueves, 7 de enero de 2010

"La razón estrangulada" o la imposibilidad de encontrarse bailando con lobos

Estoy leyendo un libro muy interesante, La razón estrangulada, de Carlos Elías. Sobre este libro he hecho ya algún comentario en una entrada anterior de este blog. Todavía no puedo hacer una valoración completa de este texto, aunque los capítulos que llevo leídos -la mayoría de los que hay en el libro- ya dan para mucho.

Antes de nada, no sé si en los ámbitos académicos este libro ha tenido algún tipo de recepción . Creo que en los medios de comunicación no ha causado mucho impacto, a excepción de una entrevista a Elías en Público, que ya mencioné en la otra entrada, y eso pese a que el autor de este texto reparte estopa de la buena a las enseñanzas de periodismo y comunicación audiovisual. Por mi parte, creo que este es un libro importante, y que algunas de las cuestiones que plantea merecerían una discusión en profundidad. Si nuestro páis fuese otro -por ejemplo, Francia o Estados Unidos-, la publicación de esta obra habría agitado los demonios en muchas facultades y departamentos de sociología y periodismo. Y ya se sabe que los demonios académicos suelen ser la expresión más depurada de los odios ancestrales de la tribu. Habría sido interesante, aunque no sé si muy instructivo, asistir a la reedición de una especie de caso Sokal a la española.

Sin embargo, la inercia reactiva entre la intelligentsia de nuestro país (si es que existe tal cosa) ha diluido el posible impacto de La razón estrangulada en un mar de desprecio y, seguramente, de pereza. Y eso pese a que los aludidos en el libro de Elías están perfectamente señalados: los profesores y estudiosos de las ciencias sociales, de las ciencias de la información y de la filosofía de la ciencia. Pero hubiese sido mucho esperar, por lo visto, abrir en España un debate de características similares al que desató en Francia el famoso escándalo Sokal.

Dicho esto, y recordando que sólo he leido una parte del libro -y que, por tanto, mi valoración es aún incompleta- creo que este texto tiene partes muy acertadas y otras que son cuando menos discutibles, si no es que disparatadas.

Me explico brevemente: el planteamiento de Elías sobre la responsabilidad mediática en el declive de la ciencia -o más bien, en el descenso de las matriculaciones en las carreras de ciencias puras- es muy, pero que muy interesante. La forma en que el autor relaciona la escasa formación científica de los profesores de periodismo y comunicación audiovisual con la pobre visión que se da de la ciencia en televisión y cine me parece digna de consideración. La presentación de los contenidos de estas carreras y su problemática adscripción a los estudios superiores universitarios -en comparación con los estudios de ciencias puras, por ejemplo- ofrece puntos de reflexión de gran importancia: ¿es realmente lógico que periodismo y comunicación audiovisual tengan el estatus de carreras universitarias? ¿supone una depreciación del valor de las carreras de ciencias puras el hecho de que muchas universidades implementen estudios de comunicación audiovisual con el mismo nivel de titulación y mucha mayor facilidad de estudio?

Dicho esto, tengo sin embargo serios reparos con algunas de las afirmaciones y tesis de Carlos Elías. Creo que su presentación de la filosofía de la ciencia -en especial de las figuras de Popper, Lakatos, Kuhn y Feyerabend- es, cuando menos, estrambótica. Elías viene a afirmar que Popper y Lakatos son dos de los adalides intelectuales del irracionalismo. ¿Popper y Lakatos, precisamente? ¿Hablamos de Karl Popper, el impulsor del racionalismo crítico? ¿O de Imre Lakatos, fustigador de todo pensamiento pseudocientífico (en el que, por cierto, incluía a la Iglesia Católica y al marxismo)? Posiblemente el propio Kuhn tampoco se creería lo que este libro dice de él. Creo que Elías no ha terminado de entender la noción de paradigma kuhniano, y lo que presenta es sólo una caricatura. Me da la impresión de que el autor de este libro endosa a Kuhn tesis más propias de la sociología radical del conocimiento científico (Collins y Pinch, Latour y Woolgar, incluso Barnes y Bloor) sin haber contrastado lo que aquél dice realmente.

Ajudicar a los cuatro filósofos citados la responsabilidad del declive de la ciencia -al menos en España y Reino Unido, si he entendido bien a Elías- es, me parece, un despropósito. ¡Ojalá los filósofos de la ciencia tuvieran tanta influencia en las tendencias sociológicas! Así, al menos, sabríamos qué utilidad puede tener la filosofía (una pregunta recurrente para quienes hemos estudiado esta licenciatura, me temo). Esta tesis se convierte en esperpento cuando Elías llega a afirmar que el auge del creacionismo y del diseño inteligente (dos tendencias, por cierto, con planeamientos bastante distintos, pero que el autor del libro mezcla de forma poco rigurosa) en Estados Unidos es responsabilidad indirecta de las enseñanzas de estos cuatro filósofos, a través de su influencia en las facultades de ciencias sociales de las universidades estadounidenses, muy receptivas también a los intelectuales franceses posmodernos. Esto es tanto como afirmar que en el cinturón de la Biblia estuviesen todo el día leyendo a Deleuze o entregándose a talleres de hermenéutica sobre Virilio o Lyotard

Además, Elías sienta conclusiones demasiado generales basándose sólo en dos casos que parece conocer bien: los de Reino Unido y España, que sitúa como ejemplos de la cultura 'anglosajona' y 'latina', respectivamente. Y mi pregunta es: ¿las aportaciones de países como Francia o Alemania no son dignas de tenerse en cuenta en esta discusión? ¿Realmente el modelo español de ciencia y tecnología es representativo del existente en países 'latinos' como Francia? ¿Y la aportaciones alemanas a la institucionalización de los estudios científicos y a la propia producción de conocimiento científico? ¿Son equiparables al modelo anglosajón o al latino? ¿o tiene perfiles propios?

Por último, el propio Elías padece en ocasiones un fuerte síndrome de maniqueísmo cuando afirma -y no lo hace sólo una o dos veces en el libro- que "los de letras odian a los de ciencias". Elías se pregunta, y parece en verdad muy preocupado, de dónde proviene este odio y admite como respuesta la existencia de ciertos complejos intelectuales entre la gente de letras, complejos que se transmutan en envidia -y odio- hacia las personas con formación científica. Pero aún hay más, y nuestro autor no descarta incluso la existencia de diferencias neurofisiológicas en el funcionamiento cerebral de unos y otros. A lo largo del texto se trasluce un desprecio mal contenido -al menos esta es mi impresión, que creo bien asentada- hacia las carreras no científicas (sociales, jurídicas y de humanidades), un desprecio que no parece coherente en una persona que, como Carlos Elías, es profesor de Periodismo (aunque con formación de químico) en la Universidad Carlos III de Madrid. ¿Bailando entre lobos?


Afirmaciones de trazo grueso como las anteriores no deberían, de todos modos, ser coartada para evitar hablar de lo que Elías pone sobre la mesa. Tampoco es justificación para obviar la falta de nervio de nuestros intelectuales y académicos a la hora de impulsar una discusión a tumba abierta sobre la calidad de los estudios impartidos en ciertas licenciaturas y sobre el descenso alarmante de las matriculaciones en las disciplinas de ciencias puras, tal y como se pone de manifiesto en el Informe COTEC 2009 (página 42, gráfico 31).

Quizás por esa falta de nervio Elías puede no sentirse muy incómodo trabajando en una Facultad, la de Ciencias de la Información, de la que cuestiona desde la calidad de los contenidos que en ella se imparten hasta su propio estatus como institución de educación superior. ¿Bailando con bobos?

En cualquier caso, sine ira et studio, el libro La razón estrangulada me parece una lectura recomendable. Elías plantea de forma polémica, pero valiente (y quizás temeraria) cuestiones de fondo sobre las enseñanzas universitarias, y estas cuestiones merecen ser discutidas en profundidad. No sé si este autor conseguirá agitar el avispero académico, pero confieso que me gustaría mucho que lo lograra.

Y que baile, de una vez, entre lobos.

4 comentarios:

  1. Hombre, lo de las diferencias neurofisiológicas y los "odios" hacia las personas de ciencias me parece una chorrada, pero es cierto que hay gente de letras a la que les salen ronchas cuando oyen algo que les suena a ciencia, como hay gente de ciencias que se marean cuando oyen la palabra "románico". Mi hermano es ingeniero y, por supuesto, de ciencias, y no me parece que tengamos más diferencias neurofisiológicas de las normales. Para mí, la diferencia principal sería la que hay entre la gente que no tiene absolutamente ninguna curiosidad por conocer y comprender (entre la que incluyo a muchos universitarios, peridiodistas y líderes de opinión) y la que siempre quiere saber algo más y comprender por qué pasan las cosas, o simplemente deleitarse con la creatividad de otros. Reducirlo a ciencias o letras y buscar ahí el problema de por qué no se apoya a las ciencias es absurdo y supone ignorar, entre otras cosas, que los países que más apoyan las ciencias son también los que más apoyan las disciplinas humanísticas. En todo caso, no he leído el libro y me baso en tu extraordinario resumen.

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  2. Vaya por delante que sólo he leído la introducción de la obra de Elías, en la que vierte unas afirmaciones históricas tan tajantes como erróneas. Parece, a tenor de esta entrada, que lo tajante y lo erróneo de esta obra se extiende a otros aspectos argumentativos básicos. Con esos mimbres es difícil hacer buenos cestos; siendo mordaz, tal vez su paso por Ciencias de la Información le ha afectado más de lo que él quisiera.

    Se escribe mucho, pero eso no significa que se escriba mejor. Mucho menos que se escriba con rigor. Menos todavía que los medios dispongan de buenos especialistas. También tenemos muchos licenciados en ciencias empresariales. Como si para escribir con rigor o para ocuparse de negocios hiciera falta un diploma con letras góticas...

    No obstante, reconozco que me fascina la actitud de quien, formando parte del sistema, lo ataca a grito pelado (a gritos: no con actos, que esos sí tienen consecuencias). Me recuerda a Rodríguez Braun, tan liberal, tan defensor de lo privado, y tan aferrado a su cátedra en lo público. La iconoclastia de nuestros días es así de salada.

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  3. Gracias por vuestros comentarios. En realidad, Elías realiza más afirmaciones polémicas. Por ejemplo, dice que los ingenieros nunca serán creadores, como se supone lo son los científicos "puros" (físicos, químicos, biólogos, geólogos) y sostiene que la importancia social de las ingenierías guarda relación con el pasado dictatorial de los países en las que aquéllas están implantadas. Trata de avalar esta tesis con la afirmación de que los países con mayor proporción de ingenieros entre los universitarios son España, Portugal y Grecia, todos ellos con recientes experiencias dictatoriales.

    Después de decir esto, el hombre se queda más ancho que largo. Pos supuesto, sin referencia a estudios sociológicos que puedan apoyar esta tesis; sólo con la constatación de una correlación tan burda como la teoría del punto gordo o de la recta astuta. Consejos vendo y para mí no tengo.

    Sin embargo, pese a los muchos fallos que observo en el libro, lo que más lamento es la falta de reacción de los estamentos académicos e intelectuales afectados. Si este país fuese Francia, seguro que se habrían juntado un buen grupo de profesores universitarios y habrían editado un libro de réplica, con alusiones -sin duda- a los valores republicanos y a las imprecisiones sintácticas, semánticas, pragmáticas, comunicacionales y lingüísticas en general contenidas en el libro de Elías.

    Pero estamos en España, y aunque la intención polemista de Carlos Elías es evidente, nadie ha entrado al trapo (hasta donde yo se), salvo quizás sus compañeros de la Facultad de Periodismo de la Universidad Carlos III (lo mismo ya no le invitan a tomar más café con ellos).

    Creo que los contenidos del libro son lo bastante interesantes -y a veces lo bastante disparatados- como para merecer una discusión en nuestra raquítica ágora académica. Aunque sea para ponerlo a caldo. Pero no ha sido así, por el momento.

    En cualquier caso, yo recomiendo la lectura del libro.

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